El viejo me acaba
de explicar que cuando Sade dice: “In
heaven's name why do you play this game”, no está preguntando. Mejor “to walk away”. Tener órganos
inmateriales, como el alma y el corazón es un verdadero estorbo. Lo bueno es
que se marchitan poco a poco, se fruncen y se doblan al contacto con el aire.
El aire todo lo corroe, todo lo sana matándolo, porque esa mano huesuda
acariciando la nuca de cualquier persona es la verdadera sanación, la mano del
Luis XVI curando los enfermos que desfigurados de placer se derretían por las
alcantarillas de París.
Se me antoja
arrepentirme de lo dicho en la última semana. Veremos que dicen cuatro muros
blancos y un balcón. El viejo me felicitó por el apartamento en ese lugar que
se llama la Lomme de Saint Damian. En
las inmediaciones de Sebastopol, atravesando la Avenida del Danubio.
-Marica, que
hijuputa cosa tan alta –me dijo el viejo cuando entró la primera vez; era la
primera vez que ponía los pies en el Estado soberano de Antioquia-.
La paciencia es
algo que se cultiva, que se ve crecer bajo la lluvia y el Sol inclemente, pero
eso no tiene mucho sentido cuando la piel se eriza y pide alimentos terrestres,
cuando dice que el cielo azul entrando por un, uno solo, poro no es suficiente.
Esa misma piel insondable que toca el fondo de cosas tantas, no se conforma con
una expectativa, no se conforma con la espera de algo lejano y bello en las
inmediaciones del trópico, allí, entre ríos y cortinas de nubes. Todo se trata
de otras cosas, se trata de uno mismo, se trata de “las razones del fuego”,
como dice el papá de Melissa Rivera Chalarca.
Por la tarde noche
me encontré con Machi Lowenstein y algo me dijo sobre lo bien que había quedado
afeitado. Respondí gracias y la invité a tomar limonada, o granizado de limón.
Era una bebida con mucho azúcar.
Ella estaba muy
bonita.
Sin mirarla a los
ojos, solamente viendo sus dedos recordé noséqué pasaje de L’étranger. La chica de Meursault lo miraba y sentía una cierta paz
mientras se besaban. Obvio a Machi no la besé, no. Porque no me gustaba lo suficiente,
porque no era necesario; necesario era solamente hablar, que me oyera, que mi
voz y su cabeza asintiendo ante mis palabras me sacaran de mí, porque mi voz carga
las más terribles maldiciones. Por eso hay que hablar, para que salga y no se
pudran los órganos, para que las esperanzas que habitan dentro mueran al tocar
la delicada luz de la Luna, que no sé ve perfecta sino cuando la ciudad se
funde. Y qué terrible es la ciudad, y que sereno el dorso de la mano de Machi
mientras pasea sus dedos por el vaso lleno de limonada y hielo picado.
Desde hace ya
mucho que conocía a Machi y sus consejos no me ayudaban, ni tenían tal pretensión.
Sus palabras me limpiaban los oídos. Creo que no servían para nada más. Pero
igual quería escucharla, sus teorías sin mucho sentido.
La vida se está secando
por dentro, y cuando finalmente toda el agua se evapore en sus vías
respiratorias, me iré con ella, de la mano, rio abajo, como los cuerpos
mutilados y tantos tantos flotadores de patico de ojos saltones.
Adiós, paticos.
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