¿Para dónde va, marica?
Con una mira y el cuerpo casi atravesando el umbral de
la puerta, le dije que iba para la guerra: viejo, me voy a la guerra.
El miró me amargamente, con una especie de lucecita en
el fondo de sus pupilas, y se tomó de un solo sorbo el café que tenía entre las
garras.
Cuando bajé por el ascensor, el sonido de la puerta al
cerrarse me no pareció algo nuevo, algo bello de tan antiguo, tan bello que era lo
contrario a Beethoven. Hm, como me gustaría
morirme en la tal guerra esa, pero no sin antes haber estampado la cara del este
compositor contra el suelo. Veo la escena: su cara agresiva y luego, un segundo
antes de que su cráneo quede prensado entre mi clava y un muro lleno de grafitis,
esa misma carita llena de una expresión que no se sabe bien qué es, si una súplica
incompleta, o simplementes el
arrepentimiento por haber compuesto tan horrendas sinfonías, tan
llenas de violencia.
El odio se disipó por
la tarde, conversando en silencio con Rê y sin comer helados ni nada.
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