Con el libro extendido, así, para poder tener
toda la luz de la lámpara. Esta era pequeña. Sigo: con el libro extendido sentí
algo pesado que caía sobre las hojas dejando una mancha negra: gotas pequeñas
que iban fundiéndose entre ellas mismas para pasar a ser otras formas. Pasó rápido
y sonó igual que un huevo cuando es comido rápidamente desde adentro.
El viejo había escupido sobre las páginas 302 y
303.
Di la vuelta al libro para dejar que las babas
caer sin afectar el resto de las páginas, antes de la 302 y después de la 203.
Digo, 303.
Mirándolo a los ojos, lleno de ira, vi que sus
ojos inyectados de sangre me decían lo mismo de siempre: ¿en qué momento aprendimos
a dejar de escupir en la calle? ¿Para qué aprendimos a respetar a pesar?
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