De repente me sentí bien y dejé de recordar.
El viejo me reprochó el hábito saludable de no
volver a traer alcohol y carne a la casa. Ayer comimos pollo sudado y tomamos
vino blanco. Al principio fue difícil, así como al final: todo, hasta cosas que
van más allá del vida –le temps et l’espace,
le cas échéance- siempre deja su rastro. Sin embargo, esto no tiene que ver
nada con el olvido, es el pasado lejano el que desapareció, ya no es.
Sí, el secreto está en cortar la conexión nerviosa.
Porque esto todo es cuestión de imaginar la idea correcta, de darle la forma más
aterradora, la de esa pesadilla que quedó a medio hacer antes de que se filtrara ese rayo de luz, cuando el ánfora se resquebrajó bajo la mirada seca del
despertador. Su lengua debe traspasar la materia, de ese tipo de seres que no
pueden tocarse sin sufrir horribles quemaduras, como los erizos que crecen en
el estómago del panda menor. De esos estoy hablando, aunque por fortuna ya
olvidé lo que estaba hablando. La amnesia llega con el Sol, la amnesia llega
con el Sol.
El café ya estaba hecho lo serví. Le llené la
taza al viejo, luego el me la llenó a mi hablando de todas esas estupideces que
eran frutos de coincidencias que solamente cobraban sentido cuando se me pasaba
la rabia. El poder de observación del viejo me sorprendía y cuando le
preguntaban por éste, lui, il répondait
toujours avec du n’importe quoi. Pourtant,
le voile de ce mystère avait un rapport directe avec sa mère ; c’était elle qui
lui posait des questions afin de tester sa mémoire, c’était grâce à elle, j’en suis sûr.
El viejo dejó vacío el pocillo y se sirvió más.
Me ofreció. Yo dije no, no gracias, con un gesto. El no entendió y me sirvió y
luego –buscando ese líquido negro- comprendí que era yo quien no había entendido.
No puedo hacer canciones, letras de canciones, parce que jusqu’à présent la putain de hellbox
s’est lézardé à peine. Se está rompiendo.
Antes una había salido. Hasta este punto el viejo. Yo le respondí que sí; la de
la rubia, la que habla del solar. Lo triste era que no le gustaban las rubias;
a nadie le gustan. Citó de memoria una frase de Gepe, el cantante chileno. Se llamó
así por puro accidente. Dijo. Oyendo canciones viejas la cosa va volviendo,
esas experiencias que están en las piernas, en partes de la espalda que cuando
duelen traen recuerdos de viajes incómodos o de simples viajes, viajes, puesto
que todo viaje es incómodo. El viejo. Su forma de hablar era tan empalagosa como
la de ciertos escritores austriacos. Eso yo, pero el viejo siguió:
-No entiendo nada. Ahora que fui a comprar no
sé qué cosa en el supermercado.
Ahí se quedó quieto. No dejo nada. El café se enfrió y supe ahí que estaba recordando la introducción de “Inertiatic ESP”.
-Son et lumière –le dije levantando la ceja-.
Nos reímos hasta que el sueño nos dejó tirados
en la sala, desnucados. Qué bueno sería estar siempre acompañado de esta gente irreal
que tanto adoro. Este pensamiento se resbaló por el pliegue de mi ojo derecho,
ese que siempre cerraba cuando me quitaba las gafas; gesto enigmático que no le
daría nunca a ninguna esfinge el gusto de arrancarme.
Cuando fui a la cocina la mañana siguiente vi
que los animales sagrados se habían comido todas las ofrendas.
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