Sí.
El viejo entró a la casa, se quitó los zapatos
y dejó el saco en el perchero.
Yo lo miré inquieto pues debía contarle el
sueño que había tenido hace algunas horas. Una muñeca, abrí muñeca rusa y de
ella salió otra más grande, luego la abrí y la escena se repitió.
El viejo me miró muy grave, como si su idea
hubiera estado esperando mi pregunta desde hace 9 meses en su cabeza. Sus
palabras y los cigarrillos que se fumó mientras daba su discurso, todo esto fue
el parto. Yo no era el ginecólogo sino el marido que se desmaya con los
primeros gritos de la criatura.
-Una vez estaba haciendo cola para entrar a un
circo. Con Roberto y otra gente. No nos dejaron entrar porque llevábamos unos
chitos escondidos en el saco. Todos se fueron, pero yo me quedé, indignadísimo,
para oír a la gente reír y desfrutar de los payasos...
-Disfrutar.
-Ta gueul putain –eso me dijo y
continuó: desfrutar de los payasos. Los gritos de júbilo se silenciaron para
dar paso, dos segundos después, a un huracán de gritos y chillidos. Se había
soltado un tigre, y se paseaba con una señora gordita, de unos 28 años, que
había cazado allí mismo; se paseaba con la señora tomada del cuello entre sus
fauces.
El viejo levantó la ceja y yo entendí todo.
Luego me preguntó algo raro sobre la histeria y las muñecas, pues todo estaba
ligado en una serie de sistema.
-Cállese a ver, marica.
Eso le respondí, él se quedó en silencio y
luego hablamos sobre Stefan Zweig. Capo –gritó el viejo y nos cagamos de la
risa. Estaba de buen humor aunque el día se había ido a la mierda.
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