jueves, octubre 10, 2013

Jueves

Sí.

El viejo entró a la casa, se quitó los zapatos y dejó el saco en el perchero.

Yo lo miré inquieto pues debía contarle el sueño que había tenido hace algunas horas. Una muñeca, abrí muñeca rusa y de ella salió otra más grande, luego la abrí y la escena se repitió.

El viejo me miró muy grave, como si su idea hubiera estado esperando mi pregunta desde hace 9 meses en su cabeza. Sus palabras y los cigarrillos que se fumó mientras daba su discurso, todo esto fue el parto. Yo no era el ginecólogo sino el marido que se desmaya con los primeros gritos de la criatura.

-Una vez estaba haciendo cola para entrar a un circo. Con Roberto y otra gente. No nos dejaron entrar porque llevábamos unos chitos escondidos en el saco. Todos se fueron, pero yo me quedé, indignadísimo, para oír a la gente reír y desfrutar de los payasos... 

-Disfrutar.

-Ta gueul putain –eso me dijo y continuó: desfrutar de los payasos. Los gritos de júbilo se silenciaron para dar paso, dos segundos después, a un huracán de gritos y chillidos. Se había soltado un tigre, y se paseaba con una señora gordita, de unos 28 años, que había cazado allí mismo; se paseaba con la señora tomada del cuello entre sus fauces.

El viejo levantó la ceja y yo entendí todo. Luego me preguntó algo raro sobre la histeria y las muñecas, pues todo estaba ligado en una serie de sistema.

-Cállese a ver, marica.

Eso le respondí, él se quedó en silencio y luego hablamos sobre Stefan Zweig. Capo –gritó el viejo y nos cagamos de la risa. Estaba de buen humor aunque el día se había ido a la mierda.

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