El viejo se despertó intranquilo. Azordi. Toda la mañana tuve que cuidarlo
porque me hablaba de liberar un sello y transformarse en algo alado. Algo
alado. Cada vez que habla de este tema se me aceleraba el corazón; no podía
evitar pensar que este planeta, en alguna parte remota, comenzaba a
desmoronarse de acuerdo a las leyes del Caos:
por obra y gracía del aleteo de una polilla.
El día pasó. Auver. No, Auber. Mierda. El día
pasó.
Pues bien, en la noche él me habló de lo mismo.
Extrañamente no intenté detenerlo: le dije: viejo, enséñeme pues. Él sacó unos
pergaminos y se mordió la punta del dedo índice. Un fino hilo de sangré brotó y
comenzó a hacer unos dibujos pequeñitos. Cuando sentí que todo se oscurecía
dije claro. Entendí. Satori, luego
epifanía.
Ese día dormimos muy bien y soñamos con una
isla lejana donde vivía un elefante emplumado que llevaba siempre una joven muy
bonita sobre el lomo. Estaba vestida de azul y su piel era oscura, bellísima.
El sueño fue largo y las imágenes muy variadas, un poco como en Las mil y una noches, la joven –que tenía
una boca hermosa, como nunca habíamos visto antes, ni en esta vida ni en las
anteriores- comenzó a hablar en estos términos:
Perdida. « ...j’avais l’air perdue parce que je ne
connaissais personne ». Su voz pasaba suavement y dibujaba más que cuerpos sólidos, sólo luz y
una sensación de moviento; varías cosas venían a nuestra mente, varias
canciones (Roads), varios videos (Give a little more). Referencias que solamente
tocaban el sonido y la lumière, no el
fondo, no la vulgaridad; quietud vertiéndose en el correr del tiempo.
El viejo interrumpió el relato para dar un
discurso sobre la interpretación de los sueños.
-No podés verlos como algo sobre lo que pueda
leerse el futuro. No. Esto –prosiguió el viejo mientras veía caerse una baba
sobre su mentón- que sigue será consultado a los ancestros, ponga cuidado pues
bobo.
-Ay, no, cállese –le respondí, lacónico.
Suite de perdida. “Tu estabas vestido de negro, había
una mujer a tu lado; tenía una especie de tranza en el cabello. Creo que todos
eran colombianos, porque no entendía nada de lo que decían. Ella nos contaba esta
historia y poníamos al servicio del relato una paleta de amarillos. Luz y
sombras rojas, nada de claro oscuro. Nada.
“Allí estabas vestido de negro y te veías
enojado por algo y esto se notaba en el ambiente. Tu cara tenía una dolor
secreto que se reflejaba en el ambiente y el ritmo que movía los hilos de la foule. Pero cuando chocamos nuestras
miradas, me pareció verte sonreír. Creo que el haberme visto te puso de buen
humor. Yo tomé tu mano y así, ese dolor secreto se desvaneció.”
Ese fue el sueño. Fin de perdida.
Cuando quisimos sacar conclusiones la hermosa
joven siguió hablando en estos términos:
Foreign language. « Oui, je me souviens de mon rêve. Je
chantais en allemand... y avait quelqu’un qui était étonné et toi, t’avais l’air
trop perdu ! ». Luego de terminar el relato nos dejó ver su sonrisa una vez más. Una
joya. La mañana llegó y el recuerdo del sueño con ella. Sus ramificaciones
hacían que las alas del viejo crecieran en todas direcciones. Ese día hicimos
de comer espagueti carbonara, con crema y una variación: salsa de tomate.
Cuando salimos a caminar, nos dimos cuenta que las alas del viejo era ramas de
alguna planta, pero su movimiento nos hacía pensar en una anémona. El viejo me
miró, levantamos la ceja izquierda al mismo tiempo y esta situación nos hizo
reír.
Alguien que pasaba por la calle nos miró y llamó
a la policía.
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