martes, septiembre 11, 2012

Elefante alado


El viejo se despertó intranquilo. Azordi. Toda la mañana tuve que cuidarlo porque me hablaba de liberar un sello y transformarse en algo alado. Algo alado. Cada vez que habla de este tema se me aceleraba el corazón; no podía evitar pensar que este planeta, en alguna parte remota, comenzaba a desmoronarse de acuerdo a las leyes del Caos: por obra y gracía del aleteo de una polilla.

El día pasó. Auver. No, Auber. Mierda. El día pasó.

Pues bien, en la noche él me habló de lo mismo. Extrañamente no intenté detenerlo: le dije: viejo, enséñeme pues. Él sacó unos pergaminos y se mordió la punta del dedo índice. Un fino hilo de sangré brotó y comenzó a hacer unos dibujos pequeñitos. Cuando sentí que todo se oscurecía dije claro. Entendí. Satori, luego epifanía.  

Ese día dormimos muy bien y soñamos con una isla lejana donde vivía un elefante emplumado que llevaba siempre una joven muy bonita sobre el lomo. Estaba vestida de azul y su piel era oscura, bellísima. El sueño fue largo y las imágenes muy variadas, un poco como en Las mil y una noches, la joven –que tenía una boca hermosa, como nunca habíamos visto antes, ni en esta vida ni en las anteriores- comenzó a hablar en estos términos:

Perdida. « ...j’avais l’air perdue parce que je ne connaissais personne ». Su voz pasaba suavement y dibujaba más que cuerpos sólidos, sólo luz y una sensación de moviento; varías cosas venían a nuestra mente, varias canciones (Roads), varios videos (Give a little more). Referencias que solamente tocaban el sonido y la lumière, no el fondo, no la vulgaridad; quietud vertiéndose en el correr del tiempo.

El viejo interrumpió el relato para dar un discurso sobre la interpretación de los sueños.

-No podés verlos como algo sobre lo que pueda leerse el futuro. No. Esto –prosiguió el viejo mientras veía caerse una baba sobre su mentón- que sigue será consultado a los ancestros, ponga cuidado pues bobo.
-Ay, no, cállese –le respondí, lacónico.

Suite de perdida. “Tu estabas vestido de negro, había una mujer a tu lado; tenía una especie de tranza en el cabello. Creo que todos eran colombianos, porque no entendía nada de lo que decían. Ella nos contaba esta historia y poníamos al servicio del relato una paleta de amarillos. Luz y sombras rojas, nada de claro oscuro. Nada.

“Allí estabas vestido de negro y te veías enojado por algo y esto se notaba en el ambiente. Tu cara tenía una dolor secreto que se reflejaba en el ambiente y el ritmo que movía los hilos de la foule. Pero cuando chocamos nuestras miradas, me pareció verte sonreír. Creo que el haberme visto te puso de buen humor. Yo tomé tu mano y así, ese dolor secreto se desvaneció.”

Ese fue el sueño. Fin de perdida.   

Cuando quisimos sacar conclusiones la hermosa joven siguió hablando en estos términos:

Foreign language. « Oui, je me souviens de mon rêve. Je chantais en allemand... y avait quelqu’un qui était étonné et toi, t’avais l’air trop perdu ! ». Luego de terminar el relato nos dejó ver su sonrisa una vez más. Una joya. La mañana llegó y el recuerdo del sueño con ella. Sus ramificaciones hacían que las alas del viejo crecieran en todas direcciones. Ese día hicimos de comer espagueti carbonara, con crema y una variación: salsa de tomate. Cuando salimos a caminar, nos dimos cuenta que las alas del viejo era ramas de alguna planta, pero su movimiento nos hacía pensar en una anémona. El viejo me miró, levantamos la ceja izquierda al mismo tiempo y esta situación nos hizo reír.

Alguien que pasaba por la calle nos miró y llamó a la policía. 

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