miércoles, diciembre 09, 2009

Manuscrito hallado en el bolsillo de atrás de una pantalón

La policía entró en el edificio. Todo estaba en calma así que decidieron fumar y susurrar obscenidades en los pasillos. Cuando vieron entrar al sospechoso lo tomaron preso sin leerle sus derechos y se lo llevaron en un auto, a toda velocidad. He acá, Señor Juez, la primera parte del reporte donde están las notas:
Nota Nº1: Levantarse en la mañana y confundir los ruidos del despertador con las canciones que ponen los personajes de los sueños es, francamente, la cagada.
Nota Nº2: Cada vez que pienso que no tendré internet en un buen rato, mi mente entra en pánico. Mi cerebro se licúa lentamente con los minutos que no dejan de pasar. Sin embargo, siempre pienso en algo que me deja tranquilo: la muerte de alguien, sangre y tripas regadas. No es broma. Necesito eso más que la cafeína que ya no causa el mismo efecto que antes. Sintiéndome solo y acorralado frente al cansancio y al sueño…
Esas eran sus notas. Marcadas todas sobre servilletas que guardaba en los bolsillos de atrás de pantalones. Ahora bien, los textos que organizo a continuación, Señor Juez, pertenecen a las confesiones que le hiso al escritor hondureño Rafale Daimal Correa. Que al parecer también es una servilleta; se sospecha que no es más que otra de sus personalidades, uno de los monstruos que creo cuando no veía televisión.
Confesión Nº 1. Un estudio prestado. La invitó a la casa de Jowita. Allí se quedaba por poco tiempo así que quiso sacarle jugo a su estadía, llevando mujeres, desde luego. Una mujer. Su nombre… no tenía nombre pues ni su pasado ni su futuro eran conocidos. Una vez en la casa decidió preguntarle por su vida y todo eso. Cuando por fin le dijo: ve, el café. ¿Quieres café? Se dieron un beso frente a la cocina. Luego otro llegando a la cama. Ahí paró todo. Tomaron café, hablaron y se miraron largo tiempo a los ojos. Los ojos de esa mujer sin nombre eran hermosos.
Decidió entonces no ceder a la quietud, decidió caer en el abismo. Sexo y esas cosas. Sentados en la cama la tomó torpemente, la besó hasta que todo quedó oscuro; la inclinó hacia la pared. Lo hizo muy rápido y ambos se dieron un golpe en la cabeza. Sólo una sensación suave en sus labios le quedó antes de sentir un terrible hormigueo en el que se perdió su conciencia, su voz y finalmente algo más. Su respiración, puede ser que haya sido su respiración.
Cuando despertó esa mujer sin nombre no estaba. Tampoco estaban sus piernas ni sus manos, las de él. Ni un rastro de sangre. Cuando se le pasó el sentimiento de horror y se secaron sus lágrimas, la admiró: bella y mortal. Muy básica le habían dicho sus amigos. Ahora pensaba que los básicos eran ellos, y él, desde luego. Cerró los ojos de nuevo y supo que estaba muerto y quedó tranquilo. Había muerto de un golpe en la cabeza, sí. Había muerto con esa sensación en su boca de las lenguas que se entrecruzan y se dejan de lado y se buscan, así como el ojos busca la flecha, así como el cristal busca el su fin con su quietud, así como la sangre se estanca en la oscuridad mientras por los párpados circula aún un poco de oxígeno.
Confesión Nº2. Simulacros de cera. Cuando lo entrevistaron para la revista Oxigeno y la entrevista fue publicada con el nombre de Mi lucha es contra la originalidad, en ese momento decidieron matarlo. No podía tolerar su vanidad y su estupidez. Hay que matarlo, dijo Guillaume antes de meterse un cigarrillo a la boca. Hay que matarlo, repitió Guillaume cuando acabó su cigarrillo ante la atenta mirada de sus amigos. Eran las tres de la tarde y patio tenía el césped muy seco.
Comfesión Nº3. Sábados. Un día se dio cuenta que odiaba a la raza humana. Se despertó. Se vistió, se lavó los dientes y se fue para la Universidad. Era sábado. Los sábados la luz del baño del segundo piso nunca está encendida. Eso era fundamental. Se escondería en el sanitario con una máscara y cuando alguien entrara a tientas para orinar o lo que fuera, él saldría para asustarlo. La persona caería contra el piso, se rompería la cabeza y se desangraría hasta morir en un baño que nadie vigila. Perfecto. La cuartada estaba bien hecha pues si la persona sobrevivía, él diría únicamente que estaba para hacer una broma. Lo peor que le podría pasar sería encontrarse con alguien sin sentido del humor que quisiera golpearlo. En ese caso él podría decir que había matado en legítima defensa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy absolutamente segura que también te gusta de Edgar Allan Poe...

Carlos Augusto Jaramillo dijo...

Bien, muy bien, muy descuidada la escritura, como siempre, pero sin eso, muy bien.