Feliz cumpleaños, papá

No tengo recuerdos del día de mi nacimiento. Ignoro qué dijo el médico, o de qué color eran los dientes de las enfermeras, ignoro cualquier detalle. Lo que sí conservo de ese día es un anhelo: haber hecho feliz a mi papá. Hoy es primero de diciembre y espero que esté muy feliz pues es su cumpleaños.
Los detalles de mi lectura de Moby Dick vagan borrosos en mi memoria; sin embargo, sí recuerdo un capítulo en el que hablaban sobre el padre y lo difícil que es serlo. Un padre –dice Herman Melville, más o menos- no tiene un vínculo directo con su hijo pues no lo carga en su vientre. Sin miedo a equivocarme puedo afirmar que ser papá es superar el cordón umbilical y correr por la sangre, ser eco de la risa, los suspiros y el llanto.
Mi papá no me cargó en su vientre durante meses, pero me sacó cargado del carro las veces que llegábamos tarde a la casa y yo quedaba dormido en el asiento de atrás; no me cargó en su vientre pero me amarró zapatos ante mi falta de habilidad con los dedos; no me cargó en su vientre pero sí lo hizo en varias piscinas para evitar que me ahogara; no me cargó en su vientre pero jugó fútbol conmigo en el Bosque Popular (mi mamá tapaba) y hasta en la sala de la casa, alguna vez (mi mamá regañaba).
Miro ahora la ventana con nostalgia; la nieve –que más parece ceniza- me hace sonreír. Doy gracias a la naturaleza y a Dios por haberme dado la oportunidad de recibir infinidad de pellizcos en las mejillas seguidos de la frase “usted sí se parece mucho a su papá, mijito”.
Gracias por darme el don de respirar dentro de tu imagen y tu voz. Te amo mucho papá, feliz cumpleaños.