jueves, marzo 13, 2008

Revelaciones, siempre luego de las 6:00 pm

Hoy. Llovía. El planeta me confesó que no me pertenece. Cada vez la tierra –siento yo- rechaza mis pasos, los expulsa. Salí de mi oficina a las 4:30 pm pasadas. Tenía mucha pena con Panchita. Siento que soy un inútil. Hablar se me dificulta porque no sé cómo decir lo que hay que decir cuando se tiene que decir. Hoy mientras llovía decidí no volver a hablar con nadie.
Tomé un colectivo que me llevaría hasta arribita del Seguro Social. Llegué hasta allí: más arriba del Seguro Social (Villapilar, o como se escriba). Clínica Rita Arango. Afuera había una viejita que gritaba de dolor; todo salía mal mientras trataban de subirla a un taxi. En la parte de adelante. Yo miraba el espectáculo aunque por partes. Oía los gritos, no miraba, cerraba los ojos pero sentía la angustia. Dentro de la Clínica Rita Arango, en una habitación del tercer piso estaba mi abuela, y al igual que la viejita que gritaba de dolor, se había quebrado la cadera.
Cuando supe lo del accidente de mi abuela (la semana pasada) sentí que su historia había terminado. Lloré por ella sin que nadie me viera. Hoy que la vi, la encontré igual que antes. Estaba bien, perfecta, vanidosa y seria. Igual que antes.
La saludé inmediatamente entré. La tomé de la mano. Estaba caliente. “Mijito que frío que está”-me dijo-. Le respondí que era una lagartija. Yo. Me habló pero casi no le entendí nada: se tapaba la boca con una cobija porque no tenía los labios pintados y que pena. Ofreciome que sentame en la silla. Señaló una escalera que estaba al lado de la cama. Yo me senté y comencé a preguntarle estupideces. La miraba mientras hablaba. No sé por qué, pero me dio mucha tristeza. Verla así, tan tranquila, me llevaba a pensar en los múltiples trabajos e incomodidad que pasará. Sentía mis lágrimas. Querían salir, pero no lo permití. Esas hijueputas no me iban a hacer quedar mal.
Cuando se acabó el tiempo de visitas me fui. Cogí una buseta a las 6:00 pm. Estuve en un trancón una eternidad. Leí, comí galleras Club Social y escuché música. La música me puso melancólico. La cagué. La música entristéceme. En mi mente una sola cosa: comprar un libro e ir a Juan Valdez antes de las 7:30 pm.
La buseta me dejó frente a Libélula. Allí me recibieron muy bien: con tinto y con sonrisas. Necesitaba ambas cosas. Tomás me dio una palmadas. Las necesitaba también. pfa me felicitó (o se burló, hm?) porque salí en una foto ahí. Era el primero que no me recriminada haber salido sin corbata. Se lo hice saber. No creo que me haya puesto cuidado.
Compré el libro. Invierno. Lo escogí porque -supuestamente- Invierno es más triste que Otoño. Me siento triste y necesito algo que esté en sintonía conmigo.
En la mañana supe de "cierta cosilla". Ya habían pasado las 6:00 pm. Nadie me dijo nada de nada. Me sentí solo. Pensé en el mundo y las personas que conozco. Todos desaparecen. Todos desaparecieron. Salí de Libélula. Llegué a Juan Valdez y no había nadie. Sí, todos desaparecieron. Entre libros me sentí mal con lo que soy, con mi falta de consciencia en todo lo que hago. El saber que no sé quien soy me pone triste. El saber que no sé quién soy si me lo preguntan me destruye. La vida no es sólo respirar y pensar y leer y posar, no hablo de las ante-las-cámaras, hablo de posar.
Llegué a mi casa. Me acechaban las lágrimas. Salí a dar una vuelta. Odio los carros. Odio a los policías en moto.

1 comentario:

Libélula libros dijo...

Me doy cuenta. En serio, no se confunda tanto con mis, a veces, bruscas maneras.