jueves, enero 24, 2008

Abrir los ojos

Introducción
Este es un escrito que encontré entre mis cosas viejas. Lo hice para una clase en la que "pfa" era el de la batuta. Lo publico por dos razones: (i) porque me da la gana, y (ii) porque hace poco con motivo de una visita a la Librería Libélula hablamos sobre el tema con ocasión de la reseña de unasvecesmotrasvecesvasíhastatodaslasletrasporqueleagradaelnombre, que había sido publicada en el boletín. Espero sus comentarios. Hasta los de Secretarios.
Atentamente yo.

Pasaba ayer por la calle, más concretamente por la avenida Santander, y[1] durante todo el recorrido fui bombardeado por el recuerdo de una serie de escritores estadounidenses. Fue mágico, sólo con recibir una resma de papelitos de publicidad, nombres como Carver, Cheever, Salinger, Shepard y otros aparecieron danzando ante mis ojos.
Por fin en casa. Saqué las llaves, abrí la puerta y me tumbé en el sofá. Hice unos cuantos movimientos con el fin de extraer de mis bolsillos de atrás del pantalón todas los volantes. Los mire con detenimiento. Uno tras otro. Reflexioné. Luego busqué los cuentos de los[2] escritores ya mencionados. Leí un cuento de cada uno. Mis ojos se perdieron en los espacios blancos entre letra y letra.
Tomé los cuentos en una mano y los volantitos publicitarios en la otra. Se hizo la duda. ¿Es ésto literatura? ¿Existe alguna diferencia entre los manojos de papel que tengo las manos? La respuesta fue inmediata: no[3], no hay diferencia alguna. Por favor, qué gracia tiene un escrito que se concibe como algo “artístico” y que –además- se vende como tal, pero que no se diferencia mucho de gran fiesta 2000 consumibles polloskike revista ti-ti mire mono tenga fotonipón tatatá pase pase bien pueda denti-salud gran rifa.
Miré de nuevo los papeles. Otra duda ¿Cómo hace uno para diferenciar la narrativa de un Shepard de las historias incompletas o de la publicidad que reparten a lo largo del andén derecho de la avenida S? Ahora sí[4] nos masticó vivos la modernidad, ahora sí se perdió la frontera que había entre la mediocridad y lo sublime. ¿O seré yo el perdido, una especie de Jesús Cristo moderno, un ojosdeáguila en tierra de mojigatos?
Puede ser que los escritores que[5] tienen acceso a las casas editoriales y que se llevan el mayor número de ejemplares publicados, estén saturando el mercado de basura para que todos los escritores con talento sigan su ejemplo, adopten su[6] doctrina (la del ultra facilismo). Todo esto para que luego de un tiempo estas mismas casas editoriales –y los escritores gringos, claro- puedan sacar obras que realmente valgan la pena y tener monopolizados el prestigio y los premios literarios. Muy inteligente de su parte[7]; bonita conspiración.
Tomé los papeles que ya estaban gastados de tanto mirarlos. Me levanté del sofá y fui hacia el patio. Traje una vasija de barro, tiré los papeles dentro: los cuentos y la publicidad –que son la misma vaina- y les prendí fuego. Me[8] senté en el suelo y miré cómo ardía todo. Vi como las llamitas subían de vez en cuando. Fui a lavarle las manos. Me sentí feliz, había destruido lo que estaba dando muerte a la literatura. Había ganado una batalla pero, por lo visto, la guerra ya estaba perdida[9].
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[1] Entré a la cafetería dejando la lluvia tras de mí. La puerta se cerró y todos miraron. Saqué del bolsillo de la chaqueta un cigarrillo. Lo miré fijamente hasta que pude notar que estaba empapado y que ya no valía la pena buscar con, la otra mano, el encendedor. Que cosa tan hijueputa –pensé mientras desmenuzaba el rollo mojado de papel y pedacitos…
[2] …de tabaco, si es que eran tabaco esas cositas cafés-. Encontré una silla con la mirada. De inmediato fui a sentarme. Llamé a la mesera levantando la mano.
La vieja se acercaba lento, miraba otras de las mesas, seguramente buscaba algún pedido. Quién sabe ¿hmm? Yo le miraba las piernas. Eran largas e…
[3] …interminables desde la minifalda hasta el suelo. Eran hermosos los visos que daba la piel suave cuando las movía. Eran… subí la mirada rápido hasta sus ojos centellantes de furia: ya se había dado cuenta de lo que estaba mirando. Seguro que exageró en su intuición y se imaginó lo que estaba pensando. De seguro algo… ¿Qué va ordenar, señor? –dijo altiva la meserucha arrastrando la erre-. Tuve la garganta taponada por el miedo unos tres segundos. Los tres segundos más largos de mi vida, creo. Miré hacia fuera…
[4] …y ya había salido el sol, era imposible dejar de maravillarse con el vapor que ascendían hasta perderse en el creciente espectro, en la luz. La vieja preguntó una vez más: ¿Qué va a ordenar, señor? Se le notaba alterada, con una lucha interna colosal por no clavarme el lapicero en el cuello para luego patearme en el suelo. ¡Señor, qué va a... ¿Un café? Muy bien. A la orden.
La vieja se alejó subida en esas piernas…
[5] …majestuosas. Estaba buena, sí. Me corría…
[6] todavía el frío por las manos; además, tenía el pantalón mojado y el contacto de éste sobre las piernas era algo asqueroso. Y, allá afuera, todo era sol y diversión; hasta había un par de niños con las caras largas porque ya no tenían charcos que patear en las narices de su abuela. La anciana sonreía. Yo también.
Por fin llegó el café, estaba hirviendo y yo ya tenía un calor maluco. El sudor me corría por la frente. Miré el pocillo (estaba despicado, y quién sabe si mal lavado). Lo cogí con una mano y con la otra me corrí el sudor y me rasque el cuello y la espalda. Sorbí un poquito. Sabía amargo. El sudor se confundía ya con la lluvia vieja…
[7] …atrapada en las fibras de mi ropa. Acabé de tomarme el café y me di cuenta de que esa vaina del equilibrio térmico es pura mierda. Retiré el pocillo y llamé a la vieja que me atendió, pero ésta le hizo una seña a otra camarera para que me atendiera. Sabía que pensaba que yo pensaba cosas mor… Señor son… A la orden.
La vieja se retiró sorprendida, pues le di las monedas exactas sin que me hubiera mencionado el precio. Debió haberme creído adivino…
[8] …o algo así. Vieja pendeja.
Me levanté de la silla y volteé la vista para prevenirme algún escrupuloso pendiente de todo aquel que dejara vaporoso el asiento. Nadie, nadie mirando; que gran satisfacción. Salí de la cafetería. El sol me dio tremendo golpe en los párpados; vi unas lucecitas por ahí volando a unos cuantos pasos. El calor era terrible. Quise dar media vuelta para volver a la cafetería por una gaseosa fría. Pero… para qué, lo más seguro era que si volvía a entrar, fijo, comenzaba a llover. Además la vieja de las piernas largas…
[9] ya se había puesto pantalón.

1 comentario:

Tomás David Rubio dijo...

Llego y veo que vienen 10, veinte ejemplares de ciertos libros que uno no entiende porque son publicados. Pero recuerde(n):ya soy tolerante.
Las tiradas de miles y miles de junk books, si, muchos gringos; si, muchos economistas.

El problema con los volanticos es que están llenos de errores ortográficos, por eso, para mi, y discrepo con el que cuenta la historia, sí hay diferencias, sí creo en el arte.

Quiero pensar en editoriales como El Acantilado, con sus hilos vegetales y su ph neutro, comprender sus precios inalcanzables hoy.

Quiero aceptar que no todas las lecturas serán perfectas, pero que en cada una se puede gozar; al menos por un instante y eso, es más que suficiente.

Quiero conocer la mesera.