
Puso seguro a todas las puertas de la casa para luego entregarse a una paranoica cacería. Cerró las ventanas. Debía acabar con el dueño de aquella prenda de dimensiones monstruosas.
Empuñando su escopeta, se introdujo en el comedor dando pasos cortos y medidos. Olfateaba, aunque no olía nada extraño. Oía los latidos del reloj.

De repente llegó hasta su nariz un espantoso olor a cigarrillo. Todo esto lo sorprendió tanto que estuvo a punto de dispararle a un atrapasueños que inesperadamente le rozó el hombro. Pero la verdadera sorpresa se la llevó cuando –rodeado por los muebles- recordó que su comedor era de madera y no de metal. El que veía al fondo era de tubos, con un vidrio arriba. Estaba allí, él solo. Miró de soslayo a través del arco de la cocina y supo así que el azulejo era amarillo. No podía ser –pensaba mientras se mordía la lengua y el sabor a sangre se regaba por su boca-. Con el pecho ya triturado por los nervios, se dio cuenta que no estaba en su casa.
2 comentarios:
es que tomar tanto hace daño...
mentiras, muy chévere.
Excelente, pero hay una posible errata: ¿quieres decir "Miró soslayo" o "Miró de soslayo"?
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