Hay personas que se asfixian cuando no las están
ahorcando. El viejo es uno de esos, y por lo tanto, yo también. Esa forma de
hablar, como si fuera una planta, años y años expuesto a esa voz pastosa que se
introduce en el cerebro como pequeñas raíces de linaza, surte su efecto on me y no
me angustio menos qué él cuando veo que las cosas van bien. El desayuno estaba
servido.
El café despedía un vapor poderoso que incluso derretía a los
mosquitos que por allí pasaban. Caían cerca al plato de los panes y no había forma
de diferenciar sus cuerpecitos inertes de las esporas de ese helecho que nunca nació.
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