lunes, febrero 01, 2016

Guerras civiles

Sentía las tres de la tarde sobre su piel pero no podía moverse. Las tropas del general Saturnino Restrepo estaban en la zona y a ellos no les quedaba más que aguardar la oscuridad. También pensaban en la virgen María, el Espíritu Santo y en el barrio de tolerancia, que en la zozobra les resultaba tanto el Padre como el Hijo. Sí, todo eso tan anhelado para un bandido era Dios, aunque mejor, porque tenía rostro de mujer.

Eso fue más o menos lo que le entendí a Machi Löwenstein, que me hablaba sobre uno de sus ensayos, de sus tentativas de ganarse el Nobel algún día reciclando historias de las guerras civiles de Colombia, esas que quemaban la parte de debajo de las novelas de García Márquez y que se transparentaban en la soberbia y el nihilismo de Caro y de Cuervo. Par de marcianos, llegué a pensar, corrigiendo la trayectoria de una palabrota que no iba al caso, no iba no.

-Y bueno, ¿qué más va a pasar? –le dije yo a la Löwenstein mientras sentía que el viejo la miraba exhorto; ¿qué le pasará al viejo? Pensé yo en mi falso silencio con los ojos clavados en los de la dueña de la respuesta a mi pregunta-.

Que nada, que todavía no sabía. Así, tomé entonces la delantera y cuando se fue escribí un cuento que era mejor: al tal Saturnino lo nombraban gobernador en virtud de una de esos actos ridículos de quién sabe qué asamblea o qué junta dirigida por Mariano Ospina Rodríguez y lo mandaban en misión diplomática a Londres. Mientras esos, mientras eso. No, definitivamente me siento muy idiota citando tantos nombres de la historia de allá. Mejor pensar qué hacían, mejor nada.

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