martes, julio 28, 2015

Onça sobre una foto

Dime jaguar, háblame algo al oído antes de que devores lo que queda de mi cuerpo, este que está a centímetros de ti y que aun crepita después de años de querer trascender, de años de querer regresar a casa, de años de extravío en superficies de papel. Aprovecha el momento, ahora que mi alma no genera carne y ahora que mis huesos no están afilados. Las placas tectónicas se acomodan, dejando que el Cumandai se mueva un poco, que fume un poco, asustándonos a todos, llenándonos de horror y de ceniza. Bocas de ceniza, bocas llenas de lápiz labial luego de una noche sin párpados donde las voces flotan, dejando la nada ser, haciendo que los allí presentes creamos en espacios vacíos y frailejones que bailan de alegría porque no van a venir a visitarlos. Preferible ser bañado por el iridiscente guiño de ojos que florecen del magma mientras avanza perezoso por la piel, dejando sólo una sensación indescriptible cuyo único eco es un grito, agudo o grave, no importa, pero lleno de dolor.

Fuma Cumandai sobre las cabezas de los árboles, envenenando las aves sin culpa, sin querer, pero con la tristeza de quien no tiene manos y quiere tocar el arpa, imaginando entre lágrimas el sonido de esas cuerdas que mudas lo miran sin mirarlo. Háblame. Ciega nube de humo tóxico, piroclastos de sabores exóticos que revientan las papilas de una ciudad que de tan asustada no puede saborear su belleza, niñas de rojas cabelleras que silban por los aires en su inevitable caída. Pulmones llenos de mil muertes y selvas vírgenes de tiempos felices, eras felices, sin dueños. Sigue hablando sin lamerme la oreja y que tus colmillos aún no me rocen la piel, pues tiene el mal sabor del miedo. Permite que tus susurros despierten la resignación que deja escapar el llanto seco de quienes no tienen más que llorar, de aquellos que se alegran de ver su vida tomar la forma de un chorro de sangre que se confunde con la tierra. No me mires jaguar, pues no puedo verte entre tanta oscuridad, ni tampoco me dejes con vida pues la vida es valiente y si tu pesada pata deja de apretarme el cuello me iré sin titubear, escaparé, dejando atrás tus manchas que no se ven en la espesura. No, cambio de planes. Déjame que toque tu piel así, empapado de terror, porque sólo así el tacto es rico en matices, con plumas llenas de pequeñas ampollas. La visión imposible y mortal de tus fauces entreabiertas, el aliento de algo que no tiene forma, pero sí nombre de mujer, háblame entonces de esas lagunas que se tragará la tierra en la que duermes. Quítame la vida pero sálvame de querer morir rodeado de humanos, sálvame de sus palabras, esas mismas que parecen tan fuertes antes los relámpagos ponzoñosos del volcán que deja su sueño tras de un manto de gas grisáceo y nieve. Verde oscuro, clara noche de manchas sobre tu espalda contraída, pecho terso y sagrado, ungido del recuerdo de otras manos que no te tocan mientras te toco.

1 comentario:

Lilia Valencia Valencia dijo...

Te leí y me gustó el texto... Las palabras, el estilo, la rapidez de las ideas, la voracidad de tu voz... Aunque sigo adivinando tu estado de ánimo y me confundo.