El viejo abrió un periódico que le habían mandando
Machi Löwenstein de la finca. La finca se llamaba Lunattacks y la bolsa estaba llena de madroños. Gusanos,
ciertamente no podría ir mejor la cosa. El 1852, Gabo habría de ganarse el
Nobel, ese tan anhelado premio que el viejo también quiso ganarse de no haber
visitado el zoológico de Pereira. Y que allá la cosa se degrada, las etiquetas
no tienen, de verdad-verdad, fecha de caducidad y la podredumbre reina y el
pueblo vive bien sin necesidad de pagar más impuestos que el peaje ese de Tarapacá.
Mierda sí, la podredumbre reina. Como nos gustaban sus piernas cuando salieron
en el Reinado del Café. Siempre soñando con tener una mujer paraguaya, luego
una chilena y finalmente cambiar de canal, cambiar, cambiar, cambiar. En sus
memorias, Bufalino salía tan arrugado como el viejo, aunque dijera lo
contrario. Costal refulgía desde el fondo del baúl y la Löwenstein no podía ser
diferente; su reflejo y sus piernas largas, hasta el suelo. Ese maldito artículo,
sin sentido, con palabras, sin conceptos, pero enviado desde tan lejos, el
viejo abrió el periódico y la paz reinó cuando se quedó callado: a reina muerta
reina puesta. Naipes en la mesa y una puerta cerrada donde sabíamos que no valía
la pena darle vuelta a la chapa. Afuera todo estaba oscuro, limpio y lleno de
unos pedacitos de pan. Estos servían para el desayuno: café negro, nada más. El
viejo me contaba siempre a Tellita que no tenía hambre, “ay papito, cómo no va
a comer nada”, así, así, eso me dice el viejo que respondía, él, de cara al
Sol. También dijo patrañas sobre si alguna vez tenía un hijo, que le pondría Ramiro,
en honor a Ra y Miró; nada más falso, odiaba ese nombre Ramiro, Dios nos libre
de volver a nacer y que algún hijueputa cura nos bautice haciéndonos llorar con
agua fría y ungiéndonos con un nombre tan espantoso. Qué no se me ocurra nacer
de nuevo si no es con la forma. El viejo se quedó callado. Yo hice como si nada
pasara y corté unas curubas, les puse azúcar y me las comí. Nunca entendí el artículo
ese del señor Harold, pero hablaba de GGM o de MGM, difícil saberlo con tanta
cosa en la cabeza, con el país de Jauja entre pecho y espada y con una malparida
cita en Prefécture de police de Paris
que no he pedido por descuido.
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