Ocho de la mañana, la hora del pulpo. El viejo
se desperta y me dice "vamos, nos vamos pues güevón". Yo le digo que
me duele el estómago. "Sí, gastritis" le digo con la mirada. El viejo
deja caer el desayuno estruendosamente, todo se desparrama por el suelo y este
sobresalto me sume en el más feroz de los sueños. A las 10 me despierto y salgo corriendo con el vejete hasta Stalingrad.
-Nada de museos hoy, luego le explico...
El viejo se peinaba las cejas y hacía pucheros,
mientras caminaba a toda velocidad.
En el metro le explico que vamos a ver una
celebración de la India, una especie de procesión a Ganesha, el dios
elefante.
-¿Elefante? ¿Qué es eso?
Bajamos y "no sabía a dónde iba". No vamos para
Plaza Constitución, eso sí es cierto. Decidí quedarme parado y mirar. Mirar
hasta que pasara algún indio con su atuendo. Que bonitas son las mujeres indias
con sus atuendos típicos, el contraste de su piel con el rojo, las joyas o el
azul...
-Vea, una india...
La seguimos y llegamos hasta una calle muy
ancha donde la algarabía (3. f. coloq. Gritería confusa de varias personas que
hablan a un tiempo. 4. f. coloq. p. us. Manera de hablar tropelladamente y pronunciando mal las
palabras.5. f. p. us. Enredo, maraña.) nos ubicaba en el tiempo y el espacio. El
viejo y yo cruzamos una mirada de complicidad; una ceja levantada.
Saco la cámara fotográfica y tomo una foto de
todo aquello que el viejo señalaba. Las mujeres, los cocos, cocos reventados
contra el suelo, gente reventando cocos contra el suelo, los altares móviles,
los inmóviles, la foulle, los atuendos, niños maquillados. Seguimos entonces la
procesión hasta que el viejo me hice una seña.
-¿Chichí? -Le pregunto asustado, mientras tomándolo del hombro.
-No, Delacroix.
En pocos instantes vamos a parar al Musée Eugène Delacroix, en Saint
Germain. Allí cerca de una puerta que decía "privé" el viejo escucha una historia que le heló la sangre.
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