Vi que tarareaba algo y lo miré hasta romper su concentración.-Sé que cantas algo y quiero saber qué es –le dije sin vergüenza antes de tomar un poco más de café; la taza estaba en su estado más perfecto: se veía el fondo, el vacío alertaba mis sentidos para que disfrutaran el último sorbo; a veces la perfección se viste con las ropas de la caída-.
Sonriendo, Nina nos miró a los dos y en sus ojos presentía yo el silencio, con todas sus letras.

“Habitante de mi sangre…”. Pocas horas, pero muchos minutos. El regalo de la ceniza. A veces pienso que sería prudente cortarme las muñecas y ofrecer mi sangre a los peces. La imagen que veo es muy bella: gotas rojas muy densas que caen sobre la superficie del agua, se diluyen en flores, los peces se acercan tímidamente y comen. Ver la estructura de un perfume o sentir en el paladar el vuelo de un Ave Roc. Pinturas de Klimt, el recuerdo de un museo en Viena. Todo eso está ahí, imágenes, sentimientos, pequeños horrores con forma de lágrima. Quienes comen mi sangre esconden entre sus escamas el deseo de sobrevivir a través del movimiento o el sueño… Arrancarle su significado a las mansiones de la carne es la meta de esta inmovilidad, arrancar el símbolo del deseo es parte de toda esta pose. Si tengo las uñas pintadas de negro es para poder dejar de ser tanto tiempo como sea necesario.
-Espera, no entiendo nada de lo que me estás diciendo –dijo Nina, antes de que le quitáramos nuestra amistad–.
Ella salió del café, el café se acabó. Él y yo quedamos en silencio mientras Nina salía, me gustaba su cuerpo pero su alma estaba vieja y desgastada. Su caminar nos dejaba sin aliento, por última vez.
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