sábado, abril 28, 2012

Posesiones mitológicas


Hobbies: comparar cosas disimiles, deformarlas hasta hacerlas ver como dos gotas de agua. Recuerda una tarde de sábado, cuando –siendo todavía un niño- vio un programa de rock que pasaban en un canal nacional. Sus papás le prohibieron ver esas cosas; así que tímidamente, como quien no quiere la cosa, vio un especial sobre Depeche Mode. El éxito del grupo era puesto en evidencia, así como también la adicción a las drogas de su vocalista.
Lo que más le impresionó de esa tormenta de música y rayos catódicos, fue la condición del pobre tipo. “Don’t say you want me”. Un día luego de un concierto con lleno total, el tipo intentó suicidarse con una sonrisa falsa tatuada en la cara. Ícaro lo perseguía, aferraba su alma con fuerza y al poseerlo le transmitía ese horror por el Sol radiante en el cielo; este no era un buen augurio o un motivo de felicidad, sino el motivo de su caída.
Ese episodio marcó su vida.
Ya mayor, salió de su casa. Y esa noche, sintió la mano de Ícaro, pesada sobre su hombro. Vamos –le dijo y él atendió el llamado-.
Voló según los cánones. La voz de Dédalo era aún audible y las corrientes de aire, los perfumes, el sudor, los escotes y los lápices labiales no eran un obstáculo para una frase que iría desapareciendo. No tan alto, no tan bajo. Canciones ya conocidas sonaban y hacían moverse los cuerpos. El ritual y la salsa a todo volumen eran el preludio de un abrazo, un beso o un simple hola.  
La vio. Tomó un poco de cerveza y le dijeron: “esa es mi amiga”. Cuál esa sí allá esa. Siempre tenía esa tonta manía de deprimirse al ver el Sol brillar. Aquí el Sol bailaba. ¿Rosada? Puta, qué nombre tan raro –le dijo ante una mirada donde los ojos no eran lo más importante -. ¿Trabajas? –volvió a decir-. ¿Estudias? –y la respuesta fue danza-. No supo que decir, la cera que unía las plumas de a sus alas se derritió y calló al mar, cayó.
Su cadáver fue hallado lavándose los dientes frente un espejo.

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