Primera parte.
Con el sueño llegan las ansias de preocupaciones: pensar lo que éstos significan. Cuando abrió los ojos esa mañana, recordó el trazo de sus neuronas y las imágenes que le ofrecieron, vio que algo había cambiado: ya no podía volar, o lo hacía con mucha dificultad. Una mierda.
No se dio cuenta a qué horas se había ido ella en la mañana. Al parecer muy temprano.
Desde niño la capacidad de volar o suspenderse en el aire en espacios oníricos, era algo dado, como respirar y ver el Sol salir de un lado para luego ocultarse del otro. ¿Qué pasa? “Ya no sé qué pasa, la lluvia viene con Sol…”. Ojo avizor. Mima.
Un día de trabajo más, más dolor de espalda, menos cabello, menos luz del día que todos los días, más ganas de hacer materos en cerámica. Mientras sentía la textura del tiempo rozar su piel, pensaba en futuros proyecto. Veía y fingía sonrisas. Lo que en realidad tenía en la cabeza era lo siguiente. Plantas y apellidos, no existen dos cosas menos disímiles.
Porcelana. Un cuerpo de porcelana. Ser precisos es una necesidad: un cuerpo crucificado, hecho en porcelana, blanca, no muy brillante. Imagina un cuerpo opaco lleno de párrafos brillantes. En el pecho y hasta la cabeza, varios agujeros por los que las plantas van a salir. ¿Qué plantas?
Vacila y finge una sonrisa cuando imagina una hoja oscura con los bordes rojos.
-Señor, discúlpeme, pero tiene sangre en la nariz –le dice una señora que lo mira aterrada, una cara más en la que una ligera expresión de cortesía se transforma en una mueca de asco u horror o tedio. Difícil saberlo-.
-Ah sí –le responde con una sonrisa que le permite mostrar sus dientes llenos de sangre-.
-¿Perdón?
Segunda parte.
De vuelta a casa un sentimiento de angustia comenzó a apretarle el pecho; suave mientras pasaba por la estación de tren y luego muy fuerte cuando estaba cerca de casa. Al final ya casi ni podía respirar por el batir insoportable de su corazón. No sabía qué pasaba. Recuerda que le era difícil pensar.
Subió en el ascensor, abrió la puerta de su casa y se quitó los zapatos. Cuando toco el suelo se dio cuenta que no tenía puestas las medias. Pasaron pocos minutos antes de que sacara un lápiz y se pusiera a dibujar en su cuaderno. Escribió un poco de su ya conocida Historia del color amarillo, pero luego pasó a dibujar gatos, perros y flores. Sus expresiones eran muy tiernas; todos eran seres pequeños y con los ojos llenos de una suavidad inusitada.
Los miró, los coloreó. Luego una expresión de satisfacción se posó en su rostro. En ese momento, dejó sus labios inmóviles para pronunciar en su mente la siguiente frase: odio a los perros a los gatos y las flores.
Esa noche durmió 5 horas sin interrupción y soñó con una piscina de lava en la que los bañistas se quemaban vivos al intentar nadar. Sus gritos hicieron del café matutino una experiencia ensordecedora.
Tercera parte.
-¿Qué te pasa? te veo cansado, ¿hay algo que quieras contarme?
-No. O bueno, si, pero temo que no me puedas entender.
-A ver, habla.
-Estoy cansado de ver el mundo y opinar; quisiera hacer algo diferente: desopinar, si es que tal cosa es posible. Busco la esencia de las cosas y como darles un giro –decía esto con un entusiasmo que se iba apagando a medida que las palabras salina de su boca.
Unas palomas se disputaban un pan. Sangre y plumas.
-Suena interesante, dime más… te escucho –dijo serrando un poco los ojos y dándole un sorbo a su café; un gesto de calidez o de asco, una sonrisa en todo caso.
Entonces en ese momento entendió que el silencio era la fiera que rasgaría sus ropas y mataría su amor, su complicidad. En ese momento entendió que la persona que tenía en frente no era nadie, aire cuanto mucho, interpretaciones de latidos y órganos y pus y ya.
-…
-¿Por qué te quedas callado? No me gusta cuando te quedas callado, y lo sabes.
-¿Ah? No, nada, eso era lo que quería decirte.
Solo, estaba solo. Sonrió y la escuchó lentamente los problemas, asintió y hasta levantó las cejas. Estaba realmente solo y el Sol jugaba con sus dedos. Levantó la vista y se dio cuenta que era hermosa, la mujer más bonita que nunca había tenido, la que más había amado.
Pensaba también en imágenes tristes, en silencios que abrían enormes grietas en las paredes de un palacio, pensaba en joyas antiguas que viajaban por las corrientes marinas.
Estas joyas tal vez fueron robadas por algún pirata que murió con ellas en la boca, atesorándolas entre sus dientes, cerrados al momento de su muerte, seguramente horrible. Luego, ese cadáver viajaría por el océano sirviendo de alimento a aves y peces. No sentía lastima por él, sino por los sentimientos de ese cuerpo putrefacto. Nadie lo escuchó al morir, nadie escuchó a su amada cuando quiso hablar. Una tragedia, músculos y huesos descomponiéndose en un coctel de agua salda.
Ella lo amaba, él la amaba también pero no había sino aire entre los dos. Nada.
-¿Te pasa algo?
-Sí, que tú nunca me escuchas.
-Pero si precisamente eso te estaba pidiendo, qué me hablaras.
-No te entendí, la verdad... Silencios cuya presión abre grietas en los muros de un palacio.
-¿Qué? Hablaste muy bajo, no te oí.
-Vete a la mierda –se puso de pie y la dejó allí sentada, llegó a su casa. En ese momento se percató que quien tenía derecho a estar triste era ella y no él.
Se sintió miserable pues ella estaba sola. No le salieron lágrimas, pero allí estaban, estancadas. No había nada de comer en la nevera.
Cuarta parte.
Al día siguiente –esta frase le encantaba: al día siguiente; edificios cayendo sin parar; balas saliendo de una ametralladora y matando gente sin parar; días que siguen pasando, uno, tras, otro– no pudo hablar con ella. Solo un tímido mensaje y una respuesta normal, o tímida, difícil saberlo Su teléfono celular había sonado varias veces Ni una sola llamada de su parte Sentirse querido por otros fue un castigo en ese momento Sentir el cariño de otros, el aprecio de otros, el calor de otros, todo de otros, le permitía ver como no tenía nada de… le dolía decir ella El alma le ardía y se sentía vivo Resurrección mortal De repente vio un jarrón que le gustó mucho Estaba del otro lado de la calle y no lo podía ver bien por culpa de la distancia Tenía los ojos cansados y no podía ver bien Neblina y el Sol pasando por ella, los hilos de bruma amortiguaban la luz Se acercó a la vitrina y el jarrón era un su cara O cabía en la órbita de su cara, estaba triste y no se acordaba muy bien.
Quinta parte.
Desde niño siempre se sintió atraído por las plantas. Este interés se quedó así, inmutable, hasta el día de hoy, sobreviviendo a su adolescencia, a su temprana adultez y a la lluvia.
Recordaba un viaje a Ámsterdam, cuando sus amigos no eran aún sus amigos.
-…si pudieras tener un superpoder, ¿cuál te gustaría qué este fuera?
-¿En serio? ¿Me lo preguntas en serio? Yo pensé que era el único que pensaba en esas maricadas –dijo esto acomodándose para ver bien a su interlocutor; estaba realmente entusiasmado–, no sé, dime tu primero.
-Pues verás, es complicado, yo creo que no me gustaría leer los pensamientos de las personas; eso debe ser una cosa insoportable. Además, creo destruiría mi vida social. Imagínate una jeva o un tiguere (*era dominicano) que te van a saludar, hola, y tu sabes de verdad qué es lo que están pensando de ti; y si piensan algo desagradable, luego no podrías dejar de verlos con… no sé, es molesto.
Las conversaciones entre latinoamericanos son entretenidas, largas espirales: nunca van al punto sin antes pasar por toda clase de comentarios inservibles que enriquecen la discusión.
-Sí, debe ser una mierda –respondió para seguir oyendo hablar a su amigo-
-No sé, la verdad, es complicado. Tengo un amigo que le gustaría ser invisible. Creo que el tiguere es un pervertido –dijo entre risas que cortaban sus frases; sus dientes se veían y estaban todos bien alineados.
-¿Y?... y…
-A sí, pues la verdad no sé: creo que me gustaría poder teletransportarme. ¿Te imaginas toda la plata que te ahorrarías? Además podrías estar acá, o Paris y luego en Santo Domingo visitando tu familia. Es de verdad un gran poder, el mejor superpoder. ¿Y tú?
-Pues creo que me gustaría hacer crecer plantas dentro de la gente.
-…
-Si, imagínate poder controlar plantas secretas que se abren paso entre la carne y la piel de las otras personas. Es sin duda algo bien interesante –en ese momento el ritmo de sus palabras… Su amigo lo miraba desconcertado.
-¿Eso-e-un gancho, no? –dijo entre risas que se fueron apaciguando a medida que veía que su interlocutor hablaba en serio.
-No. Bueno… –sintió vergüenza entonces. Pensó en el porqué de sus palabras, de sus deseos. Inventariar sus recuerdos, sus vísceras, es algo que requiere concentración – la verdad es que siempre he sido un ecologista, un ecópata para ser exactos. Entonces, lo que quiero de verdad es el poder para poder acelerar el crecimiento de las platas, o el poder de dominar el mundo vegetal… una maricada así, pues.
-Ahora que estábamos en la recepción –comenzó a decir su amigo; tenía una expresión que se confundía entre la admiración y el terror– y tenías las gafas de Arony puestas, te vi y pensé que te pareces mucho a Ted Bundy. ¡Errr Diablo! Pa’mi madre que sí.
Estallamos en risas y en mi cabeza sonaba Heart-sahped glasses. Había mucha nieve fuera y la ciudad era hermosa, la más hermosa en había visto.
Sexta parte.
Las plantas y los materos le obsesionaban, despertaban en él los sentimientos más complejos y oscuros. El exceso de adjetivos no puede evitarse pues el mundo vegetal y el diseño no puede apartarse de los adjetivos, so pena de mutilación; el objeto siempre es perseguido por su identidad, o por la búsqueda de esta.
Una semana entera duró una serie de sueños que no le permitieron descansar. Sus noches fueron cortas, el rápido pasar de una serie de fotografías…
Suena el teléfono. Contesta. Era una voz que no quería oír.
-Hola ¿Estás ocupado?
-Sí, un poco.
-¿Qué estás haciendo?
-Estoy ahogando gatos en agua tibia.
Cuelga el teléfono y sigue angustiándose mientras toma limonada y mira por la ventana. Piensa en porcelana.
Todo es porcelana.
Séptima parte.
Pensamiento abstracto- ,: - .; - .., - :, - .,.
Octava parte.
En el trabajo una morena le dijo un día una palabra que no conocía: malicioso.
-T’es un malicieux…
En francés esa palabra tiene un significado especial, tiene algo de magia negra, tanta como malicia tienen las palabras. Juegos que se esconden detrás de cada letra y su orden. El no pudo hacer una cosa diferente a sonreír e indagar un poco más por el sentido de la palabra. Malicieux.
Cuando se miraba al espejo, se entretenía pensando en sí mismo como en una mala persona. Recuerda con un poco de vergüenza que de niño le gustaban más el logo de Cobra que el de los G.I. Joes; que le gustaba más el logo de los Decepticons que el de los Autobots. Mierda, su vida estaba llena de pequeñas redes de maldad y goce estético. Mierda. Le gustaban más las armas que las flores, salvo por la flor del maracuyá. No le atraía la flor de la pereza.
Los materos y la delicadeza de ver salir las ramas de un árbol por el vientre de una estatua. Dos cosas siempre presentes en sus sueños diurnos. Ahora, una más, la palabra malicieux. ¿Era de verdad una mala persona? Sobre el mal tenía sus reservas y nunca podía pensar en él con precisión. Recordaba a Fausto y al Maestro y Margarita.Dos días atrás, después de haber leer un mail de amigo, se dirigió al espejo. Avanzando algunos centímetros hacia sí mismo, hacia su reflejo, no pudo evitar sentir lástima por esa cosa que veía. Mucha güeva. Así –habiendo leído esas líneas– comenzó el suelo a inclinarse. Su vida se desplazaba lentamente a la orilla y el sonido de todo moviéndose lo mareaba.
22h40. Llegó a su casa con sus ojos llenos de ira, no eran lágrimas, era ira. Subiendo por el ascensor pensaba: puta vida, qué hice mal. Entrando por la puerta de su casa y cerrándola luego de un golpe seco, pensaba. Pensaba. Qué hice mal. ¿Nacer? La palabra “malparido” le arrancó una sonrisa, la única sonrisa verdadera aquel día.
22h43. Se quitó los zapatos.
10h31. Aquel día se afeito antes de salir hacia el trabajo, había dormido más o menos bien y había trabajado en sus escritos, había pensado en el diseño perfecto, en el diente del narval y en los ojos de un venado lleno de miedo. Pensaba en fuego durante las noches y la rabia lo arrullaba. La oscuridad y los gemidos de los muertos eran la canción de cuna.
13h52. Cuando se puso el uniforme para ir a trabajar no pensaba en nada, tal vez en un poema de Silvya Plath, Lady Lazarus. Cuando dejó el uniforme en el casillero para irse a su casa, no podía dejar de pensar en una palabra: malicieux.
21h02. De verdad era una mala persona.
18h48. No podía controlar sus emociones y esa inestabilidad le hacía perder los estribos. Recuerda sus problemas para aceptar la autoridad, culpa tal vez de una presión continua durante su crianza. Sale uno de casa y se hipertrofian las alas. Denuncias inútiles y leyes de la física, refracción, reflexión, capacidad de los cuerpos para guardar su forma, ventanas vibrando, Invalides, botones amarillos, capacidad de los cuerpos para perder su forma original, maleabilidad, túnel, túnel, sus ojos, su reflejo, túnel, Champs Elysées Clemenceau. Allí bajo del metro.
22h45. Estaba sentado en su silla amarilla, con la mirada fija en el suelo.
22h45. Sentado descalzo y viendo caer los pétalos de la ira, sentía que viajaba más a gusto que cuando estaba frente a toda esa gente maloliente, frente a todos esos ojos azules.
22h45. Sintió nauseas.
22h47. Tomó el teléfono y descargó su ira contra ella. Su voz se cortaba y del otro lado del teléfono unos sollozos lo hacían arrepentirse de cada gota de ira. Le explico lo que pasaba: se sentía miserable por hablar con quien podía y no con quien quería. El. Sollozos: ella se disculpaba. El fingía no saber la verdad.
09h00-23h59. Qué día de mierda.
Novena parte.
-Dicen que cuando Bruto apuñaló a César salió un río. Sí, hay puñaladas que crean monstruos, hay traiciones y agujeros de bala por donde se fugan las maldiciones más aterradoras.
-Despiértate, estás hablando dormido –le dijo ella un tocándole el brazo-, no puedo dormir así… -y comenzó a gritar incoherencias en una lengua en la que solamente comprendía la palabra nunca-.
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