miércoles, febrero 01, 2012

Sandra Araque

Me dijeron que la historia era real, pero la verdad nada encajaba. Sandra Araque, 65 años. Dicen que de joven había muerto ya tres veces. Las primeras, en la adolescencia, el día de sus 15 y la otra poco después. La tercera el día de su matrimonio.

Me costó mucho esfuerzo sacarles la información a los testigos, a pesar de haber sido ellos quienes comenzaron la discusión, a pesar de que fueron ellos quienes escogieron el tema y el tono. Sandra Araque: 65 años y muerta tres veces.

Cuando la noche y el licor hicieron que todos termináramos gritando las frases que habían sido susurros hace un par de horas, yo pude sacar los datos más importantes.

2 de febrero de 1995 o de las chicharras. Podría decirse que la historia comienza por el final. Podría decirse también que simplemente se acabó y que ciertos capítulos vuelven de la tumba para ser contados. Pero basta ya de hablar en términos de posibilidades: Sandra Araque está viva y a pesar de que me llama con insistencia no le pienso contestar, no hasta saberlo todo.
Digamos que esto es la puesta en escena de una metáfora: rasparé su piel con mis uñas hasta que pueda verle los huesos.
Tenía 7 años cuando se mudó a ese barrio. Era el lugar de moda para la gente acomodada. Lo recuerda bien. Fue un año soleado, con insectos. El cielo era azul, pero en las noches se ponía negro y permitía que la luz del alumbrado público reflejara las alas de las chicharras.
Un festín para los sentidos: un aleteo seguido de un reflejo y un golpe seco contra el suelo. Este último confirmaba el aterrizaje. Las chicharras surcaban los aires y se posaban en los arboles o en la gente.
Estos insectos eran de dos tipos: negros y anaranjados. Los segundos eran verdaderamente hermosos, llenos de cuernos y con unas patas delanteras muy largas. Yo veía eso, pero los niños del barrio veían otra cosa, veían la necesidad de matar.
Recuerdo una vez en que Chico, un malparidito de esos que vivía cerca de mi casa, decidió retarme a un duelo de chicharras. Peleas de chicharras, ninguna actividad menos grupal. Para mí era algo espiritual; recuerdo que cuando peleaban sus caparazones chirriaban. Música. Recuerdo el ritmo de sus demostraciones de fuerza borrando la realidad y el ruido de los carros al pasar, al medio día.
Desafortunadamente Chico no veía nada de espiritual en eso, pues era un niño. Así que decidió obligarme a pelear, para luego humillarme por no haber ganado. Recuerdo también que más tarde, ese mismo día, él me escupió en la cara. También recuerdo que el tal Chico murió, se mató borracho, se fue de bruces; nadie le escupió, nadie lo mató; no hubo nada de espiritual en su fin, sólo vómito y tierra ensuciando su cara. Creo que eso pasó un viernes, o bueno, fue un viernes cuando encontraron su cadáver. Pero esto no importa.
Lo orto, eso, todo eso pasó muy rápido: concentración, la habitual sinfonía de las chicharras, el ronroneo, el chirreo agudo y efímero en sus luchas, mis ojos puestos sobre ellas, mi vida espiritual antes de ir al colegio. Chico puso una chicharra sobre mi cabeza, ella se aferra a mi pelo. Dolor. Yo me pongo de pie, rápidamente, doy algunos pasos para atrás. Luego veo una superficie blanca, eso que nunca pensé que fuera el Cielo, era el techo del hospital. La madre de Chico vino a traerme flores y a disculparse. Él nunca vino para hacer lo mismo, pero yo si fui a su funeral y no sentí nada, nada en absoluto.

22 de mayo 2002 o de los sephiroth. Nunca supo qué era una de esas cosas, nunca entendió para qué las inventaron –conceptualmente hablando-, lo que si entendía a la perfección era que estaba lejos de la última. Emanaciones de Dios donde la teoría de circuitos no se aplicaba. Ultimo día de clase de matemáticas, día de su cumpleaños. Le explicaron un tema llamado límites. Era una de esas cosas místicas sin sentido en la que una operación reencarnaba en una serie de líneas en un plano cartesiano.

Comparada a su anterior muerte, esta era bastante abstracta. Recuerda que varias cosas pasaron ese día: Lumas, o Loomas, o Lumaas… en fin, lo que sea, pero de apellido Mejía, fue a visitar el salón de clase.

Ese día, antes de él, hubo muchos otros que salieron con autorización previa de la profesora. Martin, Natalia, Cadmio y hasta Calila y Dimna, habían ya salido del salón. Cuando escuchó su nombre, dejó los lápices dentro de su cuaderno y salió del salón de clase. No miro a nadie y no se metió la camisa dentro del pantalón. Camino y cerró la puerta tras de sí. Cuando vio a Loomas o Lumaas Mejia sintió un leve escalofrío y una duda, también sintió que una frase se escribía en su mente: qué quiere este hijueputa. Todas y cada una de sus letras correspondía al momento, a la intensidad de la luz.

-Usted ha sido seleccionado para curso taller. Felicitaciones, Sandra.

Lumaas o Lumas Mejía terminó la frese y extendió la mano para sellar un pacto y darle la bienvenida al mundo.

-… –haciendo cara de asco y dando medio paso para atrás, le dejó la mano estirada para luego decirle- no. Gracias. No quiero o no tengo tiempo.
-Es una lástima –respondió Lumas o Loomas Mejía, aun con la mano estirada y esperando un gesto o la recapacitación-. ¿Sabe Usted que hay muchas personas que quieren estar en su lugar y ser parte de esto? Uy hermano, está Usted desperdiciando una gran oportunidad…

Bla, bla, bla.

Cerró la puerta tras sí y se sentó. Lejos del último sephirot: la última emanación de Dios nunca lo toco. Ensalsado en el Mal, usándolo como perfume, se atrevió o preguntarle a Marta Chirley algo sobre los límites. Tan marica, decía la cara que hizo la profesora; no, eso ya lo respondimos-sigamos, decía la voz que salía de la boca de la profesora.

Ese día llego a la casa en el bus. Antes de sentarse a almorzar vio la mano de Lumaas o Loomas Mejía abierta y luego tímida y luego llena de humillación. Este recuerdo se alternaba entre el paisaje, el sabor de la comida y las voces de la gente (su familia y los de afuera: niños del bus y otras ratas). Rata, esa fue la palabra que se incrustó en su mente. Dejó el plato del almuerzo, lo dejó sobre la mesa. Abrió la nevera y encontró una botella de vino.

-Sandrita, tómese el omeprazoul –le dijo Tremita-
-A sí. Gracias. Gracias por el almuerzo, muy rico.

Se tomó entonces el omeprazoul con un sorbo de vino. Viernes en la noche. No pudo salir con sus amigos pues al hospital fue a dar. Una semana después lo operaron. Enfermedad pre-cancerígena. Nadie fue a darle la mano, nadie lo invitó de nuevo a pertenecer a un grupo. De esa segunda muerte solamente recuerda un partido de la Copa América que se diluía entre las voces de una amiga de su mamá que fue a visitarlo.

-Como se sientepapitogoooooooooooooooooooooooooooooool…

Todo tiende a cero, Marta Chirley tenía razón.

20 o 26 o incluso 10 de diciembre de 2110 o la cabeza de anémona. En el restaurante había un acuario con tortugas. Recuerda que una vez tuvo uno parecido, pero las tortugas no eran tan grandes. Ella salió del baño. Su mirada intento abarcarla y retenerla. La mirada es algo tan débil.

Todo se pasó en una calma extraña. Llegaron en tren a la ceremonia, estaban los dos bien vestidos y la ventana del tren reflejaba sus caras, sus mascaras. Fingir estar contento es algo que nunca logró, nació triste. Ella estaba hermosa y sus ojos y su vestido rojo hacían un contraste perfecto con la realidad.

Todo navegó en una calma extraña. Un pez apanado, verduras picadas y unidad. Faltaba un núcleo y las piezas sin núcleo, generalmente, dañan al reloj. En este caso el reloj tenía una pieza orgánica. Estewan Hawkings, habría estado de acuerdo.

Tiempo después, y ya lejos del Golem y de todo lo demás, se dio cuenta que ese día no se había acabado. Así que hizo con sus propias manos un sello y la invitó a comer y le dijo todo lo que sentía luego de haberle entregado ese sello donde descansaba una parte salvaje de su alma y ella no reaccionó como se suponía y hay otras cosas que se superponen, aquello que tiende a cero, por ejemplo y hoy que escucha ese aleteo y siente aún que todo tiende a cero y que ese día no se ha acabado, hoy justamente hoy (ese ayer que se repite), dice amén tras una serie de oraciones y deja caer una flor en su tumba. Una rosa roja.

Cuando la noche y el licor hicieron que todos termináramos gritando las frases que habían sido susurros hace un par de horas, yo saqué los datos más importantes.

-¿Como es qué te llamas? –me preguntaron ellos y le respuesta sonó como una pregunta y la fiesta se acabó-

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