martes, enero 19, 2010

Le silence n'est pas le châtiment, mais la récompense

Cada hora que pasa me permite darme cuenta de tres cosas. Que cada parpadeo de mis ojos se justifica porque busco lo bello o el terror y su esencia: el momento estético. Que no existo. Esa es la segunda cosa, ya la tercera es más complicada: que si la existencia tiene algo interesante o medianamente digno, es porque tiene algo de metafísico. Lo que de físico tiene la vida, si es que tal cosa existe, sólo me interesa en la medida en que tiene su soporte metafísico. Las cosas que existen, entonces, sólo son bonitas porque no se limitan a su belleza; es decir, porque mueren en el mundo para nacer luego en mi memoria.
Lo anterior es unicamente para dar a entender dos cosas a quienes leen estas palabras: que me persiguen para matarme. Mencionaré una sola a pesar de haber dicho "dos cosas". Esto, porque no tendría gracia la vida sin un poco de niebla, un poco de sal en los ojos al mirar el Sol.
Todo comenzó el día en que deposité las cartas en el buzón, tal y como me lo había pidió Arnaudey. Eran las 8h00 y mis manos estaban rojas. Era el frío que las quemaba, sin duda. Cuando salía de la oficina de correos tomé un periódico, un diario de esos que ponen cerca a la puerta.
La primera página de tenía una escena con una sábana, la policía retirando a los curiosos que se reunían en torno a un cadaver, una víctima. Un auto en el fondo de un barranco y una cara sonriente; esta pertenecía a la sección de farándula. Típico. Mis manos, que bajo los guantes seguían rojas, se movían con dificultad para pasar las páginas. Algo me vino a la mente mientras me limpiaba la nariz y salía de la oficina con rumbo al trabajo. Pensaba y caminaba.
La primera página del diario me recuerda algo: los espejos y los accidentes. Cuando una persona que va en un automóvil que va a chocar tiene al frente suyo a la muerte, que no es otra cosa que el paisaje que se acerca para aplastarlo. Y en el espejo retrovisor el lugar de partida, su vida que se escapa, que, a decir verdad, en el espejo también hace parte del paisaje. Todo, tanto la muerte como la vida que se va, son imágenes puestas en el espacio. Paisaje, la verdad.
Vuelvo de mis pensamientos a las imágenes que me presta el papel para que me pueda divertir y pienso de nuevo. Esta vez, sobre mis manos que hace un rato estaban rojas, pero que después de que las lavé están blancas. También en los lápices pienso. Sigo trabajando y tecleo despacio sobre el computador.
Trabajo en un periódico y busco historias para sobrevivir, soy un idiota, soy reportero. Destruyo vidas o las arreglo para llenarme los bolsillos de billetes. Esta es una empresa pequeña pero prometedora. Tengo en la cabeza todo el tiempo esas palabras porque me las dice mi jefe luego de gritarme y humillarme. –Calmado –me dice el muy hijo de puta-, no se lo tome a mal… etc., etc., es pequeña pero promete-. Dejo de trabajar un momento y un café diluye el tiemp en mi estómago.
Marianne. Un sorbo de café. Marianne y su cabello y sus ojos. Otro sorbo. Se acabó el café y se fue Marianne. Vuelvo al trabajo. Ella es maravillosa aunque temo por su vida. Es lo mismo que me pasa a mí: a ella también quieren matarla. Lo presiento. Es mi olfato para la noticia, que paradójicamente no sirve para nada cuando de salvar vidas se trata.
La historia en la que trabajaba hace un par de semanas era sobre el asesino de la 79 Rue Tollenizza. Que es el mismo asesino de la 6 Rue Voltaire. Y que, si mal no estoy, también es el mismo asesino de la 41 Rue des Gobellins. Parece ser que el tipo es muy inteligente, tanto como yo pues cuando me acerco a él tiende a desaparecer, dejando solamente información que a nuestros lectores divierte y a nosotros nos llena de dinero. La noticia si se mira de lejos, se parece cada vez más a esos cadáveres de gladiadores romanos.
Esa semana –y lo recuerdo bien- salió el artículo “Por qué creer en el alcohol y no creerle una sola palabra a James Joyce”. Fue un éxito. Mi jefe me llamó a su oficina, me dio tres palmadas en la cara y me metió un cheque al bolsillo. No lo miré por decencia, lo que sí hice fue mirar su rostro, su sonrisa y sentir pena por las lagañas que se acumulaban entre sus pestañas; esmeraldas que eran el fruto de sus noches en blanco. –Pobre marica –pensaba yo mientras imaginaba puntos y ceros hacia la derecha-. Luego pensé en Marianne. Luego no pensé en nada más y vi como una mancha se extendía por mi mente.
Ayer despidieron a Iwona Levi por haber dicho que un álbum familiar era una verdadera novela gráfica. Dijo además que una sola foto podía serlo. Mientras todos sudaban yo sonreía, el jefe gritaba; todos los jefes gritan por deporte y los empleados tiemblan y odian, ese es el calentamiento: algún día esperan "subir" y repetir el ciclo. Volvemos a Iwona. Sus palabras fueron hermosas, y como todo lo que es fugaz desapareció para no dejar sino un rastro. Su escritorio vacío era la estela, el hilo, que demostraba su condición de estrella; ese mismo hilo de luz era para mi la cuerda de la horca. Iwona Levi tenía 30 años. Era una rubia hermosa. La extrañaré.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Achava que queria te conhecer melhor... agora tenho certeza disso.

lalu dijo...

Like it, sobretodo la mitad, que antes era el final.
Escribiría algo más, pero no. Un abrazo.

Carlos Augusto Jaramillo dijo...

El último párrafo es fantástico, presiento que el primero podría serlo. Un abrazo. Recuerdos.

Christian C. Londoño dijo...

Maestro, Tomás y yo, nos tomamos el atrevimiento de mandar esta entrada suya a QUEHACER CULTURAL.


Al parecer, fue rechazada.

Gatohombre en Paris dijo...

Ahora que tengo la presión sanguínea lo suficientemente alta para decirle, por fin lo que pienso, pues lo hago; digo lo que pienso: ¿de dónde sacaron esa ideita? ¿Metapatanería? Creo que el enojo se deja ver en el comentario.
Eso sí, me le mandan un pico en la boca al director del QUEHACER CULTURAL, su buen juicio lo vale.

Unknown dijo...

Aquí te dejo mi dirección de correo, comunicate conmigo...

Unknown dijo...

jsanjuanpinto@gmail.com