domingo, agosto 23, 2009

Domingo

Ayer llovió, y junto con la lluvia vino a mi cabeza una extraña inquietud. Todo, el aire y los rayos que emite la TV, me hablaba de agujas y de partes del cuerpo en las que un dolor puede ser transmitido hacia otra muy diferente. Me explico. O no, mejor no.
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Así luego, también ayudado por la quietud que ofrece la noche que se diluye en los techos de las casas, puse mis ojos en un recuerdo placentero: un velero sin velas pero con motor. Allí estaban mi tíaCristima-papito, Lolo, el HU y yo. El azul que arrojaba el mar hacía del paseo sobre el agua algo extraño, sin duda algo parecido a los efectos de la magia negra sobre una ardilla. Ustedes entenderán.
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Luego me dormí, sin más preámbulos y soñé algo que no puedo recordar. Solo tengo la vaga visión de una tela roja con blanco y mucho frío en los píes.
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Despierto, me levanto de la cama y tomo chocolate con pan. Ya. No más. Me siento a escribir. Domingo en la mañana.
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Se acerca mi mamá. Se sienta y me pregunta sobre qué es lo que estoy haciendo. –Escribo para el glog –le digo mientras escribo unas palabras y volteo el cuello para verla-. No la veía bien porque no tenía yo las gafas puestas; sin embargo, era la figura materna y el amor…
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-¡Su blog! Felipe, qué fue eso tan horrible que puso en estos días. Usted ya está muy grande para poner unas espaditas y un montón de pendejadas. Madure. Que vulgaridad… -y prosiguió hasta que quedó en silencio-.

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