martes, octubre 28, 2008

Un texto que creía perdido entre mis cosas

Prólogo
Les presento este hermoso texto. Ignoro quién es su autor, pero (en todo caso) que Dios lo bendiga. No sé que más decir, salvo esto: pueden leerlo.
LAS ENSEÑANZAS DE PAPA-YORGOS
En el Pera Palace de Estambul se sirve el high tea a las cinco de la tarde. Una pequeña orquesta de cuerdas toca canciones antiguas y las enormes charolas con las tazas, la tetera, los pastelitos turcos y los sandwiches ingleses de pepino, berros y plátano, hacen un contrapunto al nostálgico vals que tocan los músicos con sus fracs un poco remendados, sus brillantes bigotes y los escasos cabellos engominados tratando de cubrir las presurosas calvicies. Esa mañana estuvimos en Fanar, sede del Patriarcado ortodoxo griego y hablamos con el imponente y muy tolerante patriarca Bartolomé. La burocracia del Patriarcado se afanaba y llevaba papeles de un escritorio a otro. Bartolomé nos habló de la autonomía de las Iglesias ortodoxas, la griega, la rusa, la búlgara, la rumana y la serbia. El patriarca es un guía espiritual, pero no tiene injerencia en los asuntos internos de las distintas Iglesias. Bartolomé ha sido un activo diplomático y ha recorrido muchos países para romper con el aislamiento de las ortodoxias y hacer escuchar su voz en el ámbito internacional. Se ha puesto al día (en Fanar se ven computadoras por todos lados), pero mantiene incólumes la liturgia y las costumbres seculares de la ortodoxia. Recordemos que los curas pueden casarse (salvo aquellos que aspiren a ocupar un puesto jerárquico importante, metropolita, archimandrita, arzobispo) y tienen la oportunidad de divorciarse una vez, cuando la relación conyugal no funcione (el que tenga un buen matrimonio que tire la primera piedra). Los fieles tienen derecho a dos divorcios y los frailes y monjas practican un celibato tan doloroso y lleno de tentaciones malsanas como el de los católicos. En la montaña sagrada de Athos, territorio independiente en sus asuntos internos y unido a la República griega en las cuestiones intencionales, se conservan todas las costumbres de la ortodoxia, incluyendo la hospitalidad que se ofrece a los viajeros en todos los monasterios. Unos frailes fueron contagiados de sida por los turistas entusiastas, y los abades se pusieron al día evitando las condenaciones e importando condones.

Tuve en la isla de Amorgós, ahí donde el meltemi azota con furia las puertas y las ventanas en los días de otoño y de invierno, un amigo sacerdote llamado Yorgos. Su esposa, pequeñita de cuerpo, gigantesca de alma y de generosidad, se llama (tal vez tendría que usar el tiempo pasado; estas memorias son casi arqueológicas), Dímitra y sus hijos, Yorgos y Andreas, viven cerca de la casa paterna con sus familias ya formadas. Ambos son pescadores y saben preparar y asar los calamares de una manera excelsa. El día que fui por primera vez a su sencilla casa, me dieron los prodigiosos calamares (sepias dirían los españoles) enteros, partidos en dos y asados a las brasas. Una ensalada joriatikí, un buen pedazo de feta, el pan campesino y un vasito de retsina completaron el banquete.

Yorgos es (o era; otra vez lucho contra el tiempo y la muerte) un buen teólogo y habla inglés y francés. Se formó en Salónica e hizo estudios complementarios en Atenas y en Estambul. Su erudición es mucha y no la hace notoria, pues se desliza suavemente por los meandros de la conversación. Tiene curiosidad por Latinoamérica y le gustaría hacerse cargo de una iglesia en México, Panamá, Brasil, Argentina o Chile. Vive contento en su isla natal y tiene un alma hospitalaria y comprensiva. Por las tardes nos sentábamos a ver el crepúsculo en la terraza de su casa cubierta por el tupido emparrado. Bebíamos café y escuchábamos la música predilecta del papás, canciones de Jatzidakis. Hablaba con nostalgia del Bósforo, del cuerno de oro, de Santa Sofía, la fortaleza de Rumeli y de la abierta boca de los Dardanelos. Una tarde nos pusimos a hablar de Nikos Kazantzakis y de los dos papás de su novela Cristo de nuevo crucificado. El uno guiaba a su pueblo hambriento en busca de refugio. El otro, ligado a la oligarquía, defendía los intereses de los ricos y hacía caso omiso de las angustias de los pobres. Kazantzakis, excomulgado por los ortodoxos y por los católicos (ambos pusieron el grito en el infierno ante La última tentanción de Cristo), era, para Yorgos y para mí, profundamente religioso. Todos los días es crucificado Cristo por los poderosos, los escribas, los fariseos, el imperio y sus Iglesias aliadas. Así lo vio el gran escritor cretense. Así lo seguimos viendo en este mundo lleno de aberrantes desigualdades.

4 comentarios:

Gatohombre en Paris dijo...

Voy a dejar el texto aunque ya no me gusta tanto. Hace mucho tiempo me lo envió un amigo al mail, y por aquel entonces estaba leyendo Danubio de Magris.
Ahora lo releo y no sé... algo no anda bien en el texto, pero se quedará; habla de muchos lugares lejanos (¡que ahora no son tan lejanos!) y cosas extrañas.

Libélula libros dijo...

Este texto es suyo. Si no lo es debería reconocer al autor. Pero insisto, creo que es suyo, y que pretende jugar. No se esconda. Es bueno, no persista en ese rigor y esa autocrítica tan aparentemente refinada.

Libélula libros dijo...

Este texto es suyo. Si no lo es debería reconocer al autor. Pero insisto, creo que es suyo, y que pretende jugar. No se esconda. Es bueno, no persista en ese rigor y esa autocrítica tan aparentemente refinada.

Gatohombre en Paris dijo...

El texto no es mío. Y no es autocrítica.
Pero tengo una duda, cuál de los comentarios es el de Ustedes, el primero o el segundo. No es por ser crítico ni nada, ni mucho menos refinado, pero los dos son iguales.