Palabra tras palabra y cigarrillo tras cigarrillo, él observaba desde lejos. Nadie sabía cómo llamarlo pues temían que cobrara su forma humana. Cuentan que un día alguien trató de atraparlo en una conversación, pero inmediatamente bebió su café y salió corriendo.
Quienes lo han visto son pocos. Quienes lo conocen son menos que pocos.
Una vez lo encontré mientras perseguía algo que parecía ser una av
ispa. Que suerte la mía. El viento la trajo hasta mí. Era una avispa, efectivamente. Se la entregué al Proffesor Pessoa, y en muestra profundo agradecimiento, me concedió una entrevista en el restaurante de unos amigos, allí cerca.
Dije: yo invitó, previendo que él dijera algo como: que no, joven, yo invito. La verdad tenía poco dinero, pero fanfarronear delante de las celebridades es la semilla del éxito.
No salió como esperaba; el Proffesor Pessoa ordenó lo más costoso que había en el menú. Brócoli a la Rusa. ¿Brócoli? ¿Qué es esa cosa? -me pregunté-. Yo dije que no quería nada. El mesero se fue y la conversación comenzó.
No recuerdo en un principio qué hablamos. Mondō. Él decía algo y yo trataba de estar a su nivel, tarea difícil para mí. Sus ideas eran tan rápidas y profundas, que comenzamos hablando de los bordados de Cartago para ir a parar -en no sé qué punto de la conversación- en los pilares fundamentales de la Cábala. Era extraño este hombre.
Vi al mesero acercarse con el pedido. Era el momento. Inmediatamente pedí permiso al Proffesor Pessoa para ir al baño. M
e lo concedió con una especie de dilatación de sus fosas nasales.
En el baño me lavé las manos y tomé agua directamente del grifo en cantidades sorprendentes, para no tener que comer nada o para no sentir hambre sino asco al ver esa fruta exótica que había pedido el Proffesor Pessoa. Mientras contaba y juntaba todo el dinero repartido en mis bolsillos, repetía frente al espejo esa extraña palabra: brócoli, brócoli, brócoli...
No hay que descartar que sea un ave pequeña, pensé mientras salía por la puerta.
Un brócoli es una coliflor. Increíble.
Una coliflor biche en el plato permitía que el Proffesor Pessoa disimulara eso que sólo yo podía notar: no comía, únicamente leía. Que increíble era este hombre. Sus ojos, los que sus gafas me permitían ver, trataban de partir la coliflor y de hacer el proceso de digestión ahí mismo, sobre el plato. ¡Katsu! Realicé la observación, le dije que sabía lo que estaba pasando. Saqué una hoja de papel e hice lo que podría llamarse un pequeño teorema. El Proffesor Pessoa me miró. Me incomodaba. Sentía como mi frente comenzaba a generar una capa delgada de sudor; la humedad creada por la tensión y la vergüenza pronto provocaría la caída de una gota. Estaba seguro. -¡Que mierda! -no me va a dejar en paz esa mirada suya-. Yo ya había entendido que estaba haciendo el ridículo, pero sus ojos seguían ahí, acusándome.
Pregunté la hora para disimular. Silencio.
Bajé entonces la vista, retiré la silla. Pasó lo justo, lo que debía pasar.
Después de una hora o dos, los dueños del restaurante, a los cuales llamé por teléfono, me informaron que la salud del Proffesor Pessoa estaba mejor. -No va perder el ojo, no se preocupe. Por eso es que en este restaurante siempre usamos tenedores de plástico-. Fue un alivio para mí. Colgué el auricular, encendí el televisor, estaban presentando Greace.
Quienes lo han visto son pocos. Quienes lo conocen son menos que pocos.
Una vez lo encontré mientras perseguía algo que parecía ser una av
ispa. Que suerte la mía. El viento la trajo hasta mí. Era una avispa, efectivamente. Se la entregué al Proffesor Pessoa, y en muestra profundo agradecimiento, me concedió una entrevista en el restaurante de unos amigos, allí cerca.Dije: yo invitó, previendo que él dijera algo como: que no, joven, yo invito. La verdad tenía poco dinero, pero fanfarronear delante de las celebridades es la semilla del éxito.
No salió como esperaba; el Proffesor Pessoa ordenó lo más costoso que había en el menú. Brócoli a la Rusa. ¿Brócoli? ¿Qué es esa cosa? -me pregunté-. Yo dije que no quería nada. El mesero se fue y la conversación comenzó.
No recuerdo en un principio qué hablamos. Mondō. Él decía algo y yo trataba de estar a su nivel, tarea difícil para mí. Sus ideas eran tan rápidas y profundas, que comenzamos hablando de los bordados de Cartago para ir a parar -en no sé qué punto de la conversación- en los pilares fundamentales de la Cábala. Era extraño este hombre.
Vi al mesero acercarse con el pedido. Era el momento. Inmediatamente pedí permiso al Proffesor Pessoa para ir al baño. M
e lo concedió con una especie de dilatación de sus fosas nasales.En el baño me lavé las manos y tomé agua directamente del grifo en cantidades sorprendentes, para no tener que comer nada o para no sentir hambre sino asco al ver esa fruta exótica que había pedido el Proffesor Pessoa. Mientras contaba y juntaba todo el dinero repartido en mis bolsillos, repetía frente al espejo esa extraña palabra: brócoli, brócoli, brócoli...
No hay que descartar que sea un ave pequeña, pensé mientras salía por la puerta.
Un brócoli es una coliflor. Increíble.
Una coliflor biche en el plato permitía que el Proffesor Pessoa disimulara eso que sólo yo podía notar: no comía, únicamente leía. Que increíble era este hombre. Sus ojos, los que sus gafas me permitían ver, trataban de partir la coliflor y de hacer el proceso de digestión ahí mismo, sobre el plato. ¡Katsu! Realicé la observación, le dije que sabía lo que estaba pasando. Saqué una hoja de papel e hice lo que podría llamarse un pequeño teorema. El Proffesor Pessoa me miró. Me incomodaba. Sentía como mi frente comenzaba a generar una capa delgada de sudor; la humedad creada por la tensión y la vergüenza pronto provocaría la caída de una gota. Estaba seguro. -¡Que mierda! -no me va a dejar en paz esa mirada suya-. Yo ya había entendido que estaba haciendo el ridículo, pero sus ojos seguían ahí, acusándome.
Pregunté la hora para disimular. Silencio.
Bajé entonces la vista, retiré la silla. Pasó lo justo, lo que debía pasar.Después de una hora o dos, los dueños del restaurante, a los cuales llamé por teléfono, me informaron que la salud del Proffesor Pessoa estaba mejor. -No va perder el ojo, no se preocupe. Por eso es que en este restaurante siempre usamos tenedores de plástico-. Fue un alivio para mí. Colgué el auricular, encendí el televisor, estaban presentando Greace.
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