Ya vi lo que quería. Hoy, antes y después de almorzar, pude tener en mis ojos, sentir con mi mente el horror; vi la película The day of the Dead (1985), de George A. Romero. No sé, con el post anterior pretendía hacer caso a algo que leí en una compilación de artículos de Chiers du Cinéma, en la que decían que -un poco- la intención de esa publicación era hacer crítica literaria desde el cine mismo, y no hacer crítica desde fuera, como quién escribe poesía o dice algo bonito sobre un objeto cualquiera. Pues bien, ahora sí estoy en un problema. Me gustaría hablar técnicamente, h
acer el esfuerzo, pero tantas emociones despertadas no lo hacen fácil. No soy tan fuerte. No soy tan frío.

George A. Romero comienza con lo que en apariencia no será una carnicería. La música es tranquila y el paisaje es naïve. Excepto por las manos que salen de los muros. El elicóptero que viaja sin rumbo, sin esperanza, sumado a los zombies apilados contra una reja que amenaza caer, es el inicio del viaje hacia el fondo del alma humana, un viaje hacia el infierno.
Las ambiciones y las pasiones, los intereses encontrados en ese contexto apocalíptico, hacen imposible emitir juicios de valor, asunto que es en sí interesante. Todo es confuso, nada puede ser definido en términos de bueno o malo o de útil o inútil, sólo hay sombras y miradas que no corresponden a eso que llamamos razón; la razón parece ser para los débiles, igual que la fuerza y la violencia. Una mordida en el cuello del vecino es suficiente para saber que la sangre que brota es igual a la que brotará de mi cuerpo si soy mordido y despedazado por una multitud que se mueve torpemente. El desarrollo de la historia da a entender que el verdadero problema es la naturaleza humana. Diversidad que no dobla. Los zombies por el contrario son siempre auténticos, siguen un único objetivo y traban "en equipo" para conseguirlo. Uno o mil zombies son la misma cosa, todos dispuestos a matar, concentrados, pero sin voluntad. En últimas, ser un monstruo que busca alimentarse de la carne de los vivos, es una experiencia muy zen; el gore es otro camino hacia la iluminación.
Las ambiciones y las pasiones, los intereses encontrados en ese contexto apocalíptico, hacen imposible emitir juicios de valor, asunto que es en sí interesante. Todo es confuso, nada puede ser definido en términos de bueno o malo o de útil o inútil, sólo hay sombras y miradas que no corresponden a eso que llamamos razón; la razón parece ser para los débiles, igual que la fuerza y la violencia. Una mordida en el cuello del vecino es suficiente para saber que la sangre que brota es igual a la que brotará de mi cuerpo si soy mordido y despedazado por una multitud que se mueve torpemente. El desarrollo de la historia da a entender que el verdadero problema es la naturaleza humana. Diversidad que no dobla. Los zombies por el contrario son siempre auténticos, siguen un único objetivo y traban "en equipo" para conseguirlo. Uno o mil zombies son la misma cosa, todos dispuestos a matar, concentrados, pero sin voluntad. En últimas, ser un monstruo que busca alimentarse de la carne de los vivos, es una experiencia muy zen; el gore es otro camino hacia la iluminación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario