viernes, octubre 07, 2016

Dosdeoctubreysienedecotubre

Leyendo, pensando y demás, entendí varias cosas. Todas son del mundo invisible y todas son tristes, pobres.
Con el viejo leía a Manuel Bandeira y nos sentimos miserables: tanta belleza, el mundo tan lleno de cosas y emociones que no vale la pena retener en el pecho porque simplemente no se nace para semilla todos los días, porque no vale la pena ese ‘todos los días’, no porque el mundo tenga un color especial, sino por razones más banales y llenas de jabón en polvo. Todo huele a limpio, pero sigue imperecederamente sucio, a perpetuidad manchado de sangre. No hace falta ser un güevón para dejar de intuirlo, para dejar la cabeza sobre una silla de un restaurante y llegar a la casa y decir: ay, marica, se me olvidó.
El viejo paró y me dijo algo, miré. Un escrito sobre una servilleta que decía:
Vida interior
Desde que te vi, pensé algo que no puedo asir ni mi mente, ni para el mundo con palabras. Luego te hablé y el asunto siguió igual. Cuando te besé, el misterio creció y aquello que no podían medir las palabras, se transformó en esto que sólo el Sol habla sin ser lenguas de fuego y en eso que los pájaros intuyen. Pasó una semana –larga muy larga, porque la curiosidad, porque la piel, me mataba- y verte fue agua para aquel que muere sed; verte fueron tantas cosas, no solamente el anhelo de tus labios contra los míos, verte –y de eso estoy seguro- fue, otra vez, eso que las palabras no logran crear todas juntas.
Creer que en tan poco tiempo, una voz, unos dedos, unos ojos, una cara, un mundo que aún ignoro, que no conozco y que hasta ni conoceré, hayan calado tan hondo en mí, tan tan profundo en un ser que construí y en el cual invertí tantos años, tanto esfuerzo, y que creía roca caliza, me sorprende y me agobia, me deja sin qué decir y hasta me llena de terror y de rabia –de rabia contra esa parte de mí que se hace el duro y que al oído me dice: sea verraco, malparido [porque así hablo yo], sea de su tierra- me deja triste, me deja desconcertado y sin paisaje.
Porque no sabes lo importantes que son las palabras y hasta el paisaje para mí y, al escribir esto renuncio a tal posibilidad, te digo que tú eres esa palabra que mis cuerdas no pronuncian, no por miedo, sino por su opuesto.
Tú eres tantas cosas que no existen, tus eres esos temores que me guardo y que mis pupilas no logran aislar en su continuo y natural menguar, en su tarea de atrapar la luz.
No sé ni por qué escribo esto, tal vez porque me siento cansado de querer decir cosas que ni digo, cansado de mirar cosas que no están, cansado de diluir cosas que solas allí en el balcón y en cucos llegan al conocimiento de mis sentidos bajo el nombre de “el rugido de Las Palmas”. Bajo un mar que pasa sin pasar, sin deslizar sus tiernas olas, sus finas garras sobre una piel que no se siente de aquí o de allá, pero que se toma por atlántica, te digo cosas que no pronuncio, que sé que te asustan como a mí. Y mierda y me perdonas, me da más coraje, brillo oscuro, callármelas.
Como Paris en mi memoria –que no muere, que no se destruye, creciendo, ocupándolo todo, devastando lo bueno y lo malo del pasado- y en el panorama, tú. Supongo, lo intuyo –como los pájaros que pierden el pulso contra el cristal al morir- que muchos te escribieron, pero hoy no quiero hacer la diferencia: quiero sumar, quiero, ser ese cuerpo frágil, etéreo, que te dice cosas que tal vez no puedes y no quieres entender, no por no querer. Te lo digo, con el pecho encendido, con el corazón en cada uno de los dedos que sirvieron para llegar al último punto que ya leerás y que se fundieron diciendo esto a lo que no logro dar forma, usted. Como en la fábula zen que nunca te conté, usted, desde que te vi sentada leyendo sin saber que tenías los ojos verdes, supe que las palabras no bastarían.
Sin decir nada ahí tienes.
No diré nada más porque ya todo lo dije.

-¿Qué? ¿Usted de dónde sacó todo eso? ¿Cuáles ojos verdes ni que putas?
-hujueputa imbécil, no entiende que todas esas son metáforas para decir que estoy cansado de la situación política.
-Ah…
-Sí, nada va a cambiar pero eso no s problema mío.

El viejo se calmó y el concepto de reserva mental tomó todo su sentido.

No hay comentarios.: