Leyendo, pensando y demás, entendí varias cosas. Todas
son del mundo invisible y todas son tristes, pobres.
Con el viejo leía a Manuel Bandeira y nos sentimos
miserables: tanta belleza, el mundo tan lleno de cosas y emociones que no vale
la pena retener en el pecho porque simplemente no se nace para semilla todos
los días, porque no vale la pena ese ‘todos los días’, no porque el mundo tenga
un color especial, sino por razones más banales y llenas de jabón en polvo. Todo
huele a limpio, pero sigue imperecederamente sucio, a perpetuidad manchado de
sangre. No hace falta ser un güevón para dejar de intuirlo, para dejar la
cabeza sobre una silla de un restaurante y llegar a la casa y decir: ay,
marica, se me olvidó.
El viejo paró y me dijo algo, miré. Un escrito sobre
una servilleta que decía:
Vida interior
Desde que te vi, pensé algo que no puedo asir ni mi
mente, ni para el mundo con palabras. Luego te hablé y el asunto siguió igual.
Cuando te besé, el misterio creció y aquello que no podían medir las palabras,
se transformó en esto que sólo el Sol habla sin ser lenguas de fuego y en eso
que los pájaros intuyen. Pasó una semana –larga muy larga, porque la
curiosidad, porque la piel, me mataba- y verte fue agua para aquel que muere
sed; verte fueron tantas cosas, no solamente el anhelo de tus labios contra los
míos, verte –y de eso estoy seguro- fue, otra vez, eso que las palabras no logran
crear todas juntas.
Creer que en tan poco tiempo, una voz, unos dedos,
unos ojos, una cara, un mundo que aún ignoro, que no conozco y que hasta ni
conoceré, hayan calado tan hondo en mí, tan tan profundo en un ser que construí
y en el cual invertí tantos años, tanto esfuerzo, y que creía roca caliza, me
sorprende y me agobia, me deja sin qué decir y hasta me llena de terror y de
rabia –de rabia contra esa parte de mí que se hace el duro y que al oído me
dice: sea verraco, malparido [porque así hablo yo], sea de su tierra- me deja
triste, me deja desconcertado y sin paisaje.
Porque no sabes lo importantes que son las palabras y
hasta el paisaje para mí y, al escribir esto renuncio a tal posibilidad, te
digo que tú eres esa palabra que mis cuerdas no pronuncian, no por miedo, sino
por su opuesto.
Tú eres tantas cosas que no existen, tus eres esos temores
que me guardo y que mis pupilas no logran aislar en su continuo y natural
menguar, en su tarea de atrapar la luz.
No sé ni por qué escribo esto, tal vez porque me
siento cansado de querer decir cosas que ni digo, cansado de mirar cosas que no
están, cansado de diluir cosas que solas allí en el balcón y en cucos llegan al
conocimiento de mis sentidos bajo el nombre de “el rugido de Las Palmas”. Bajo
un mar que pasa sin pasar, sin deslizar sus tiernas olas, sus finas garras
sobre una piel que no se siente de aquí o de allá, pero que se toma por atlántica,
te digo cosas que no pronuncio, que sé que te asustan como a mí. Y mierda y me
perdonas, me da más coraje, brillo oscuro, callármelas.
Como Paris en mi memoria –que no muere, que no se
destruye, creciendo, ocupándolo todo, devastando lo bueno y lo malo del pasado-
y en el panorama, tú. Supongo, lo intuyo –como los pájaros que pierden el pulso
contra el cristal al morir- que muchos te escribieron, pero hoy no quiero hacer
la diferencia: quiero sumar, quiero, ser ese cuerpo frágil, etéreo, que te dice
cosas que tal vez no puedes y no quieres entender, no por no querer. Te lo
digo, con el pecho encendido, con el corazón en cada uno de los dedos que
sirvieron para llegar al último punto que ya leerás y que se fundieron diciendo
esto a lo que no logro dar forma, usted. Como en la fábula zen que nunca te conté,
usted, desde que te vi sentada leyendo sin saber que tenías los ojos verdes, supe
que las palabras no bastarían.
Sin decir nada ahí tienes.
No diré nada más porque ya todo lo dije.
-¿Qué? ¿Usted de dónde sacó todo eso? ¿Cuáles ojos
verdes ni que putas?
-hujueputa imbécil, no entiende que todas esas son metáforas
para decir que estoy cansado de la situación política.
-Ah…
-Sí, nada va a cambiar pero eso no s problema mío.
El viejo se calmó y el concepto de reserva mental tomó
todo su sentido.
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