El viejo me pregunta. Cuando uno dice “toca ver” está
frente a un caso de sinestesia. Pregunta trampa. Yo no le presté atención y
seguí leyendo Las aventuras de Sarita y la Medusa.
-¿Sarita y Medusa?
-Sí, eso
es lo que estoy leyendo –le respondí al viejo reteniendo con el pulgar la
fuerza de las páginas del libro que ya comenzaban a rugir para que las soltara y
me abanicaran la cara-.
-Pero no
lo había abierto, era para un regalo, maricón.
-Esas
cosas Usted siempre las dice y resulta que esos libros desaparecen. ¿Qué hizo
con la traducción esa auto-editada al francés de Opio en las Nubes? Fijo se la dio a alguien que nunca lo leerá o
qué no entenderá la música.
El viejo bajó
la mirada y yo le di un puntapié a la silla amarilla. Él no se inmutó pero dejó
escapar un chillido. En su rostro se esbozaba un atardecer o un “vestemalparidohijuputa”,
difícil saberlo.
Me senté
y le dije que no se pusiera así, que nos lo íbamos a turnar, que él lo leería primero
y que yo también. Fijamos entonces los turnos de lectura y todo quedó claro.
-¿Oiga,
quiere aromática?
-¿De qué
hay? –preguntó para que yo respondiera que de pollo-.
Puse a calentar
el agua con cal que nos estaba matando y luego puse el veneno en el pocillo para
que se muriera por lo menos quince días. Cuando vertí el agua una nube gigante
de vapor salió y una especie de chisporroteo me encegueció. Luego me di media
vuelta y vi que el viejo estaba dormido, lo que me reconfortó pues en el fondo
no quería matarlo. Regué el bebedizo en el lavaplatos y me santigüé con la
izquierda, tal y como mi papá me había enseñado un domingo por la mañana en
Salamina.
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