martes, febrero 23, 2016

Escolástica

Mucho se ha dicho sobre nuestro entender y también mucho se ha callado, más lo segundo que lo primero.
En ese sentido, el ser parece más una cuestión de condicionamiento y de su persistencia en la memoria.
La esencia entonces no existe, es un sinsentido, pues todo es dado.
Pero si no, si sí existe algo que puede llamarse esencia, es sólo silencio.
Por eso se eleva a extraño el hecho de que nos censuremos comer carne humana y no la de aves o peces.
¿Por qué no hace zapatos con mi hijo y pequeñas teclas de piano con huesos pulidos de alguien que conozco o que me miró mal?
No hay respuesta por fuera de aquellas que se nos han transmitido, como relojes se pudren en la mente de todos, de los vivos, de los muertos, de los que están por nacer y de esos otros que nunca nacieron ni nacerán.

El ser humano está constantemente llamado por el hambre.
Ésta susurra el nombre de cada quien, cualquiera que este sea, para invitarlo a mirarse a los ojos.
Pero esto resulta difícil, porque un espejo es un objeto mágico, uno de esos objetos que no son para cualquiera.
Pero una vez más –como con todo-, la mirada es una invocación, un ser cambiante o un reptil emplumado, una estatua de seda o un gusano de piedra.
Eso es la mirada y ella cambia o se queda fija, no fija en el objeto, sino fija en sí misma, presa de sí, de la historia y la memoria que persiste en los grupos, en las comunidades, en un miedo gregario transformado en modas y formas de hablar.

Cómo resulta conmovedor el silencio cuando no lleva nada dentro, cuando se eleva movido por el eco muerto de recuerdos sin dueño.


Oración para todos los días:
Imaginación, cósenos los labios para pensar un poco más.

Imaginación, trae de vuelta los gaviales del Ganges y pídeles que me devoren vivo para de mis gritos, de mis crujidos, renacer transformado en mí mismo.

No hay comentarios.: