Sus manos arrugadas trataban de abrir la lata. Su
pulso fallaba, centelleaba como esas luces que por culpa de la miopía brillan más
rápido de lo normal. Todo esto que narro son cosas que pasan cuando no tengo
las gafas puestas.
El viejo estaba igual que siempre, inasible para esa hoz que todo lo corta y que todo lo alcanza. Las cosas no habían cambiado en nada y cada vez era más evidente.
Me quité los zapatos y luego las medias. El
piso estaba tibio y aire fue perdiendo peso a medida que la ventana que acababa
de abrir iba tragándoselo, mandando el aire usado hacia la calle.
-Entonces volvemos a vernos y esta vez parece,
amigo, que las cosas sí van mal.
Esa fue la primera frase de un discurso que de
la angustia fue rodando lentamente hacia las distopías, la calidad del agua,
los vellos claros de mi bigote y la literatura que todavía se esconde en las
conversaciones con extraños. Y ahí dije, puta, sí. Las dos palabras resonaron y
se perdieron bajo la sobra de esa otra que las había invocado: literatura.
Le conté que había acabado de ver una película y
que no podía sacer dos cosas de mi mente. El viejo no preguntó, como ya es de
la usanza, lo que me pasaba. Él ya sabía,
me conocía bien. Sentía que el odio que tantos años de vivir en la misma parte
me habían engendrado nacer sin la hundirse san grial grial estrella matero lluvia
misiles bayoneta magenta jabalinas animales ultravioleta. No se termina una frase
cuando se la piensa, por eso se habla, por eso le hablé:
-No entiendo nada, estoy perdiendo el gusto por
la realidad.
La lata dejó salir su contenido y la ensalada quedó
terminada. Atún, hojas verdes, pimentón. Cuando el viejo sacó el aceite, yo lo
miré e inmediatamente lo guardó en su sitio.
-¿Qué pasa, pues loca?
-Dos personas.
-¿Dos?
-Sí, dos.
-…siente mucho odio, ¿no?
Mastiqué sin mirarlo, moviendo el tenedor contra
la mesa roja, sin dañarla ni rayarla.
-Escúcheme, pues de esto volveremos hablar; que
mis palabras dejen cicatrices en su mente para que no se olviden fácilmente, marica.
Cuando uno cree que el mundo es un lugar digno de ser habitado, en ese mismo
instante, nace en alguien el deseo, cosas del azar Usted sabe, de hacer algo desagradable,
ese acto ruin se encargará luego de ser alcanzado por sus sentidos, para que lo
sienta como una ofensa. Recuerde también que la moral es algo subjetivo y que
se acerca a su contrario únicamente cuando se piensa en términos de
posibilidades de razón.
Atún, pimentón, atún, hojas, lechuga, no, tal
vez otra cosa, la sal, atún. Lo miraba, veía que hablaba.
-Esas dos –siguió hablando el viejo- personas
fueron su verdadera compañía, joyas baratas. Ahora no están, no tiene cómo
hablar, no tiene quién le siga la corriente, no puede compartir sus genialidades, nadie comparte las suyas
con Usted, porque simplemente nadie las tiene. Está solo, solo loca. Tan solo
que nos tenemos el uno al otro, como siempre.
Algo había aprendido de todo esto, de la
ensalada y de esas palabras. Algo. No usamos servilletas por cuestiones ecológicas,
odiamos la hipocresía pero es nuestro mantra. El viejo me sonrió, levantando
una ceja, con ese gesto extraño que él creía que lo hacía ver como una aristócrata.
Crispando la mano.
Hablamos de promesas, de pactos, de no volver a
votar por esos malparidos de la derecha, juramos ir siempre en contra de las mayorías,
porque no hay nada peor que tener la razón, porque no hay peor sabor que el del
progreso, eso huele a tierra seca, huele a pantano allí dónde algún día pasaron
aguas que escondían los esqueletos de animales, que ahora es lo único que se
ve.
-¿Puta, qué le pasó a su reloj?
-Mi papá lo mandó a arreglar.
-Lo cagaron, pero fue por su bien.
Nos reímos, leímos dibujamos y nos dormimos sin
lavarnos los dientes.
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