Sylvia Plath. Caravaggio. François Marie Arouet. Gabriel “Gabo” Mannelli. Scholem. Walter Benjamin. Rogelio Salmona. Y así continuaría la lista hasta quedar extenuado. Y así, viendo pasar a los que se van, es que se recupera el alma del cansancio. La abuelita de una amiga mía deja la tierra para irse a un lugar mejor. Un homenaje a ella y a todos los pasaron a alimentar a esa flama invisible y colectiva que mantiene la raza viva. La batería universal donde la energía original se condensa y se renueva, tiene ahora otra alma noble, un alma amada y siempre-viva en el recuerdo.
El momento en que partió mi amada Romelia Ocampo, vuelve a mí. La recuerdo como quien respira y su risa me alegra las tardes, esas mismas tardes en las que el aire quema la piel y el frío tensa los músculos. Tirito. Me acaricio las manos para calentarlas, y siento que ella siente lo mismo que yo. Sonrío. La recuerda con la frecuencia de la respiración.
Que todas las guitarras lloren por aquellas que se fueron del otro lado del océano Atlántico, justo en el momento en el que las lágrimas no remplazan el tacto o el abrazo. Día lluvioso, día triste, día gris, día negro, luto y una sonrisa que se estanca en la garganta.
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