lunes, enero 31, 2011

Reflexiones sobre la trocha del yogui

El frio que hace aquí me congela las ideas. Por suerte éstas no son importantes para mí; la técnica de la “asociación de las cosas”, la escritura automática y la posesión de los seres del más allá funciona maravillosamente. El frio que sobre Paris cae me rompe los sueños y me rompe algo más que las piernas. Me siento cansado y nada he hecho, me siento sólo y no hago una cosa diferente a conocer gente; desde todos los ángulos y con todas las intensiones posibles. Me siento cansado ¿De qué? No sé, no tengo ni idea.

Vi mucho cine la semana pasada, vi películas que me llenaron de esperanza, de horror, de arte, que me llenaron las venas de ese perfume extraño con el que los sueños pasan a la consciencia. Las vi y me diluí en el espacio por algunas horas, las vi y ellas vieron a través de mí. Como reflejo de una Luna roja, mi forma de pensar se eleva y llena los bolsillos de algún dios avaro.

De hecho, no sé si sea interesante, pero yo creo en algo: que el alma y el cuerpo están atados, que uno no puede ser sin el otro (¡como todo el mundo lo piensa!). Eso implica que una vez el cuerpo perece, el alma se va al carajo junto con él. Se burlan de mí tanto los brujos y ciertos amigos que pretender tener una vida espiritual más activa que la mía; esa es la vida de los payasos, hacer reír a la gente de la calle así estos sean ministros de un culto o quieran pasar sus vidas sin bañarse y con un pañal, en el Tíbet.

El alma y el cuerpo no son diferentes, son “la misma cosa” pues se pudre uno junto al otro en una tumba, pues cuando el cuerpo se sacude ahorcado en el cadalso este último se queda sin cuello y el alma –a su vez- queda sin sangre que circule por sus estrechos caminos y la haga expandirse a través de los sentidos.

Lo gracioso de todo esto es que la idea no es original pero la defiendo a capa y espada cada vez que se me presenta la oportunidad. Paris, el Crous de Port Royal, septiembre de 2010: mi pequeño cuasi Waterloo; dos bandos: el yogui y su pequeña aprendiz contra mí. En una de esas batallas –que no se pierde ni se gana, pero se repite con el mismo número de muertos- discutí con un yogui y saqué una interesante conclusión: el alma, espíritu, mente o como se llame esa cosa (todos los nombres cuentan) es una extensión del sistema digestivo.

Sí.

El yogui decía que el alma, a través de la meditación, puede absorber la energía cósmica y hacer que el cuerpo soporte mucho tiempo sin comer o sin ingerir alimentos terrenos, como el pan o la ensalada de frutas, por ejemplo. Esta habilidad no puede adquirirse más que a través del trabajo duro y el ascetismo más crudo. Pues no me suena mal. El cuerpo –que es esa cosa que tanto desprecian los yoguis- es el soporte del alma, de esa otra cosa que tanto valoran. Algo más: ¿Por qué el alma se va a encargar de su archienemigo el cuerpo? Pues porque no tiene otra opción y porque el alma conoce la forma de hacer que la carne coma de la mano de Buda y se alimente del la consciencia universal. La sangre de Dios, que flota como el plancton en los océanos del paraíso, no es esa que nos dan beber en las iglesias. No es esa cosa roja que emborracha, que deshidrata el cuerpo y causa tanto hemorragias en el hígado como en los sentimientos. No. La sangre de Dios o la consciencia absoluta es una energía que el alma devora una vez los sentidos dejan de ser guías para volverse un obstáculo.

Permanecer sentado buscando la paz interna para así liberar las ataduras de las fibras de carbono que forman los músculos, y acallar los sentidos, puede que nos sea otra cosa que algo parecido a masticar. La expansión de la consciencia y el conocimiento de Dios (cualquiera que éste fuere) puede –en este orden de ideas- que sea un proceso parecido a la digestión, análogo y curioso. La mente succiona energía y los mantras son gotas de jugos gástricos que desdoblan miles de espíritus que han ascendido para formar parte de un alma más grande que el universo mismo.

Naturalmente, cuando hablamos de esto estábamos comiendo. Estábamos hablando de vegetales y de cómo estos eran mejor metabolizados por el cuerpo humano. Yo dije lo opuesto, solamente para llevar la contraria porque no sé tan siquiera qué es un alimento; sin embargo lo aclaro, pues le tengo miedo a los que todo lo teorizan y lo reducen todo a conceptos ya que masticar, tragar y quedar como un cerdo son – para mí- también acciones complejas. La práctica, y no tanto lo que sobre ella se edifica, es importante en momentos en los que portarse como un patán es fundamental para hacer de un lapso entre las 13h00 y las 14h00 un momento inolvidable.

Imaginé. Lo imaginé. El alma saliendo a buscar comida hacia el topos uranus. Imaginé el alma como un gran hilo del que brotaba una boca dotada colmillos por los que fluiría la sangre de Dios hacia el cuerpo que yace acostado sobre una colchoneta; velas de sándalo que se queman mientras cambia el minutero de la grabadora en la que suena música para meditación; baby Mozart, la cara de Osho, latin jazz para salir del trance.

Imaginé entonces que el alma, contrario a los que pensaron los griegos –o bueno, algunos de ellos- se encuentra en el estomago y únicamente allí. Y todo esto fue ideado frente a la mirada de fastidio del yogui y su aprendiz. Yo masticaba y sonreía un poco, cuando no con los labios, con los ojos. Ellos parecían no estar muy contentos. La idea de que un conocimiento antiguo y sagrado fuera una invención del hambre los aterrorizaba.

2 comentarios:

Lilia Valencia Valencia dijo...

Qué rico que hayas vuelto a escribir. Estaba extrañando tus escritos y te diste el lujo de hacer un buen texto: forma y fondo. Un abrazo.

Gatohombre en Paris dijo...

Gracias amà <3 <3 <3