
No muy consciente de lo que hago, fabrico en mi mente las agujas que habrán de cocerme la boca algún día. Espero que sirvan para cocerme el estómago cuando el destino con sus garras me deje ver mis intestinos. Veo el Sol, pero cuando cierro los ojos, en la misma dirección, veo una mancha roja. Reciclaré entonces esas agujas para que algún sastre, un ermitaño -ojalá-, una los trozos de las telas que no pudo vestir el emperador.
Que malo es estar enfermo.
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