En el año de 1970, el escritor japonés 三島由紀夫 se quitó la vida con ayuda de su kaishaku Masakatsu Morita. Estaba -digamos- cansado del no ser, de que su país no fuera el mismo de siempre. Recuerdo del libro "Confesiones de una máscara" una imagen en la que había una gran cantidad de cadáveres cubiertos con sábanas que evidenciaban la sangre. La guerra, la segunda.
Ayer hablaba con un profesor. Me habló del optimismo; dijo: "yo soy un optimista...". Al principio me dio mucha risa, luego me tocó creerle. Silencio. El café se había acabado. La realidad nacional mostraba su cara en cada palabra que viajaba por el aire. Frio. Mucho frío. A partir de ahí sentí que esa palabra, esa forma de ser, -tal vez- esa condición, me atraía. Optimista. Optimista. Calmate Niña Loca, Niña TÑ(oña)T.
De dónde viene esa palabra, esa voz que me impulsa a creer. Optimismo. En fin, los espejos son la forma de conocerse, de ver ese yo virtual que difiere de una voz interna, de una mirada externa: la trayectoria que es la mirada; el vector. El optimismo es un camino duro, reaccionar a esta realidad que vivimos requiere de unos ojos entrenados, de un corazón de hojalata que suene como un tambor. Se acabó el café. Frío. Mucho frío.
Siento un dolor agudo en el cuello. En la espalda. El recuerdo de una pista de hielo. De Bolaño: el dolor y un último atardecer, no el hielo, no una pista. De 三島由紀夫 la consciencia de tener cabeza, el filo de una katana. Seguir con la cabeza sobre los hombros tiene varias razones: (i) adiós al nacionalismo, (ii) occidente. Oxidente, Ox al dente. Seguiré durmiendo con los pies sobre la almohada.
1 comentario:
Felipe:
Escribió Borges en el prólogo a los Cuentos de Voltaire: "No pasa un día sin que usemos la palabra optimismo, que fue acuñada por Voltaire contra Leibniz..."
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