miércoles, septiembre 21, 2016

Carta segunda

Respetado Dr. Saturnino Restrepo:

Triste o algo así. El algo así tempera la primera palabra articulada. El porqué es tan menudo que cuando trato de contarlo en la mano para mostrárselo, Dr. Saturnino, se me escurre entre los dedos, entre las líneas de la mano que dejan correr los segundos de felicidad por esas grietas donde el destino, dicen, está escrito. Me niego a creer en el destino; no por mi cruzada contra el “1”, sino porque esto me estaría acorralando y no hay nada que yo odie más que los corrales.

Desde que Blondhausen me desterró, no he querido –en serio- aparecerme de nuevo por la cordillera central. Esos abismos y esos verdes que me recuerdan el oleaje estático del mar, no serán los mismos. No sé qué hacer o como, a veces siento que no me importa, pero sí, sí me importa, soy una rata romántica, con sus delirios de grandeza y su equivalente complejo de inferioridad. Justamente es esto lo que no me deja en paz: esa fuerza, esa voz, esa tracción, que me dice al oído que ser genial no basta, que el ojo de Rê está siempre puesto sobre mí y que mesmo asim nada puede hacerse porque este (ojo) no tiene párpado.

Entre ayer y hoy, en repetidas ocasiones me he visto gritándole al viejo que me deje tranquilo, que no me martirice más con sus putos what if. Ni las conversaciones con la Löwenstein me han servido para sacar el veneno de las certezas del viejo. El viejo. Podría pensar que lo hace por mi bien. Él me recrimina tener este tequiero colgando de la boca, pues la estatua de mármol al que le corresponde todavía no cobra vida.

Después, siendo institutriz, puse en práctica aquello de dar la otra mejilla por el puro placer de dar el golpe dos veces y no movido por esa lógica católica que se diluye con el mero predicar. Es decir, no me haga caso. Al parecer todo está bien y simplemente me puse nervioso.

Pasaba por la calle y un rayo de Sol me susurró al oído las siguientes palabras: “Toda esta sabiduría bajo estas cobijas”. Me voy a dormir ya. 

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