martes, marzo 08, 2016

Sarita y la Medusa

El viejo me pregunta. Cuando uno dice “toca ver” está frente a un caso de sinestesia. Pregunta trampa. Yo no le presté atención y seguí leyendo Las aventuras de Sarita y la Medusa.

-¿Sarita y Medusa?
-Sí, eso es lo que estoy leyendo –le respondí al viejo reteniendo con el pulgar la fuerza de las páginas del libro que ya comenzaban a rugir para que las soltara y me abanicaran la cara-.
-Pero no lo había abierto, era para un regalo, maricón.
-Esas cosas Usted siempre las dice y resulta que esos libros desaparecen. ¿Qué hizo con la traducción esa auto-editada al francés de Opio en las Nubes? Fijo se la dio a alguien que nunca lo leerá o qué no entenderá la música.

El viejo bajó la mirada y yo le di un puntapié a la silla amarilla. Él no se inmutó pero dejó escapar un chillido. En su rostro se esbozaba un atardecer o un “vestemalparidohijuputa”, difícil saberlo.

Me senté y le dije que no se pusiera así, que nos lo íbamos a turnar, que él lo leería primero y que yo también. Fijamos entonces los turnos de lectura y todo quedó claro.

-¿Oiga, quiere aromática?
-¿De qué hay? –preguntó para que yo respondiera que de pollo-.



Puse a calentar el agua con cal que nos estaba matando y luego puse el veneno en el pocillo para que se muriera por lo menos quince días. Cuando vertí el agua una nube gigante de vapor salió y una especie de chisporroteo me encegueció. Luego me di media vuelta y vi que el viejo estaba dormido, lo que me reconfortó pues en el fondo no quería matarlo. Regué el bebedizo en el lavaplatos y me santigüé con la izquierda, tal y como mi papá me había enseñado un domingo por la mañana en Salamina.


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